18 octubre, 2013

Fútbol chino - sueños y decepciones


A veces parece que hay cosas que no cambian nunca. Es lo que pasa, por ejemplo, con el caso del fútbol en “mis dos Orientes”.
En la República Oriental del Uruguay, a pesar de la alegría de volver a ganarle días atrás a Argentina, nos tocará volver a sufrir para clasificarnos para un mundial de fútbol, donde también seguramente volveremos a hacer las hazañas que han hecho grande al fútbol de un país pequeño.
En China, mi “otro oriente”, la frustración y el enfado han vuelto a los cientos de millones de aficionados que ven cómo, tras no haberle podido ganar a Indonesia, su selección nacional corre el riesgo de no poder clasificarse para la Copa Asia, después de haber perdido una vez más la posibilidad de estar en un mundial de fútbol, esta vez el de Brasil.
Y hoy al igual que hace casi cuarenta años, cuando digo que soy uruguayo, me siguen preguntando en China cómo y por qué un país con una población menor a la de un distrito de Beijing, fue dos veces campeón del mundo, dos veces campeón olímpico y sigue destacando en el fútbol mundial donde ocupa el puesto 6 en el ranking de la FIFA, mientras que China está en el 97.
Desde que llegué a China en 1975, como buen uruguayo me interesé por el fútbol y vi que era un deporte que ya en esos años empezaba a levantar pasiones en el país asiático, aunque, como en todos los aspectos de su vida política y social, aquí también teníamos y tenemos un fútbol con “características chinas”.
En mis primeros años en Beijing, el fútbol, al igual que los otros deportes, se regía bajo los principios de “Primero la amistad, luego la competencia” (友谊第一比塞第二), la cita de Mao Zedong que figuraba en todos los estadios del país. Eso no impedía, sin embargo, que se jugara con fuerza y en algunos casos dureza, cuando la selección china de fútbol se enfrentaba con la de los países “amigos”, como Corea del Norte, Rumanía o Albania.
Otra cosa que me resultó “extraña” es que no existía la palabra “gol” con la misma fuerza con que la podemos sentir o la pueden transmitir nuestros relatores de radio y televisión. En lugar de ello, la expresión era “entró la pelota”, o “la pelota entró, entró”, que siempre me ha parecido muy “descafeinada”.
A medida que iban pasando los años, que China se iba abriendo al extranjero, que por la televisión se podían ver cada vez más partidos, mayor era el interés y la admiración del público por el fútbol y, al mismo tiempo, su decepción y frustración por los pobres resultados de su selección.
Entonces se decía, aunque en español suene mal, que China era buena en las “pelotas pequeñas” (ping pong o bádminton) y mala en las “pelotas grandes” (fútbol, voleibol y basquetbol).
Las “pelotas pequeñas”, sin embargo, no daban la fama y el prestigio internacional que las “pelotas grandes”, aparte de que un deporte como el ping pong no es un espectáculo de masas.
Por suerte para los habitantes del país, a mediados de los años ochenta la selección femenina de voleibol comenzó una triunfadora racha de títulos mundiales bajo el liderazgo de Lang Ping, conocida como “el martillo de hierro”.
Entonces, para tristeza y vergüenza de la población masculina, se empezó a decir –y aún hoy se sigue diciendo- que las mujeres chinas son mejores que los hombres en muchas disciplinas deportivas (por ejemplo el voleibol, el tenis, la natación, el fútbol femenino, etc.)
En su afán por intentar que su fútbol “salga de Asia y entre en todo el mundo”, como dicen en chino, las autoridades han probado casi todo. Se han contratado entrenadores extranjeros para la selección y clubes –el último caso, que terminó en fracaso, fue el del español José Antonio Camacho para la selección nacional-; se estableció una Liga de fútbol, que estuvo paralizada hasta hace poco debido a los grandes escándalos de corrupción relacionados con apuestas deportivas; los clubes contratan jugadores extranjeros; se han enviado niños chinos a entrenarse en países como Brasil; se han hecho acuerdos de cooperación con clubes extranjeros y un largo etcétera.
Todo ha sido en vano, la gente se siente decepcionada –algunos han llegado a plantear que China suprima oficialmente el fútbol como deporte nacional- y en muchos casos humillada. No entienden cómo un país que ha llegado a ser ya una potencia en muchos aspectos políticos, económicos y sociales, no pueda ser capaz de tener una selección nacional de nivel mundial.
“Si es que hasta Corea del Norte ha estado en el mundial de fútbol y además sin hacer el ridículo” se lamenta la gente que ahora ve que China corre el riesgo de no estar en una Copa de Asia por primera vez desde 1976, si no gana sus próximos dos compromisos.
En definitiva, que el fútbol chino no sólo no ha progresado a pesar de todos los esfuerzos y voluntades, sino que corre el riesgo de retroceder a donde estaba hace cuatro décadas atrás.
El “sueño chino” que quiere impulsar el actual Presidente de la República y Secretario General del Partido Comunista, Xi Jinping, incluye una China con una selección de fútbol fuerte y de nivel internacional. Xi está considerado, al igual que el Primer Ministro Li Keqiang, un gran aficionado al fútbol.
Recientemente, desde Hong Kong, algunos medios de prensa han llegado incluso a proponer el nombramiento de Xi Jinping como Presidente de Honor de la Asociación China de Fútbol.
Como, por suerte para países como Uruguay, el fútbol aún sigue teniendo mucho de tradición, y no todo el dinero o poderío del mundo sirven para crear un buen equipo, me temo que lamentablemente a mi “otro oriente” aún le queda un largo camino por recorrer.
Mientras tanto, mientras espero que Uruguay pueda ganarse contra Jordania el derecho a estar el próximo año en Brasil, habrá que seguir con atención cuál será el desenlace final si es que China al final no puede clasificarse para la Copa de Asia.
Publicado originalmente en Global Asia

24 septiembre, 2013

Turistas chinos en España – Aeropuertos, vuelos y demás

El pasado domingo 22 de septiembre leí dos noticias relacionadas con el turismo chino en España.
El suplemento “Negocios” de El País dedicaba un artículo de casi una página entera a los intentos de la administración española por incrementar los enlaces aéreos con China para así fomentar la llegada de turistas del país asiático.
El mismo día, el “Twitter chino” Weibo reproducía un artículo denunciando lo que consideraba un trato “discriminatorio” de la policía del Aeropuerto de Barajas hacia los pasajeros chinos que llegan a la capital de España.
Con permiso de los expertos en turismo y en China, me gustaría compartir algunas reflexiones sobre este tema.
Al igual que en el caso de las relaciones económicas y comerciales,  en el tema del turismo se pone excesivo énfasis en el aspecto de los vuelos directos entre China y España, como si éste fuese el mayor obstáculo a esas relaciones. Me permito no compartir este análisis y me gustaría –limitándome solamente al tema de los vuelos y dejando de lado otros más importantes como las instalaciones, servicios, etc.- resaltar algunos puntos a continuación:
Los vuelos directos no son una solución mágica. Por ejemplo tengo entendido que entre Japón y España no existen vuelos directos, y sin embargo en el 2012 la cifra de turistas japoneses que visitaron España (360.000) duplicó a la de los turistas chinos (177.000), a pesar de que Madrid y Beijing sí están unidas con vuelos sin escalas de Air China.
Otro aspecto de este tema es el monetario. El turista en general, a la hora de desplazarse, busca los billetes más baratos (de ahí el auge de las líneas aéreas low cost). Si el turista chino tiene que hacer una sola escala antes de llegar a España, la hará sin problema si con ello puede obtener un billete más económico.
Pero es que además, el turista chino que viaja a Europa intenta aprovechar para conocer más de un país, en cuyo caso España no es el destino ideal como primera parada.
En definitiva, si puede conseguir un billete que le traiga a España vía Paris, por ejemplo, y encima es más económico que un vuelo directo, creo que no dudará en hacerlo, por más conexiones directas que pueda haber con Madrid.
De hecho, como usuario frecuente de Air China tengo la impresión de que la mayor parte de sus clientes son residentes chinos en España y sus familias (esto se puede apreciar por el elevado número de niños que viajan en sus vuelos), viajeros de negocio y pasajeros “estatales” (o sea aquellos cuyos billetes son comprados por organismos oficiales chinos, en cuyo caso dan preferencia a Air China).
Por último, y como indiqué, limitándonos sólo al tema de los vuelos, hay otros aspectos que considero influyen negativamente a la hora de impulsar el turismo chino en España.
La llegada al Aeropuerto de Barajas (en especial las terminales 1 y 2 donde llegan la mayor parte de los vuelos directos –Air China- o de conexión desde Asia –los provenientes de Paris, Amsterdan, Frankfurt o Munich-) es bastante deprimente para un viajero que viene de un país como China donde los aeropuertos hasta de ciudades de tercer nivel son mucho más modernos.
Las barreras arquitectónicas, sobre todo en la Terminal 1, ya son un factor de cansancio y enfado para el pasajero que –después de un lago viaje- llega normalmente con equipaje de mano, y mucho más para las personas con niños o con problemas de movilidad.
Ese cansancio y enfado, sin embargo, no son nada comparado con la impresión que se llevarán cuando se den cuenta de que tendrían que haber venido con una moneda de 1 € desde Beijing si es que pretenden, como cualquier usuario  normal de aeropuerto, poder usar un carrito para llevar sus maletas.
Encima de todo eso, es muy probable que a la salida del avión el pasajero chino se encuentre con agentes de seguridad que le pedirán y revisarán sus documentos mientras dejan pasar a todo aquel que no tenga cara asiática.
Por último, y según indican en Weibo citando a la página web Eulam.com, últimamente los pasajeros chinos se sienten discriminados ya que, siempre de acuerdo a esa página web, ellos y sus equipajes son sometidos a una minuciosa revisión llegándose en algunos casos “a confiscarles medicinas”.
El artículo, titulado La policía del Aeropuerto de Madrid investiga en Llegadas exclusivamente a los chinos”, relata varios casos de pasajeros chinos a los que se les revisaron todas sus pertenencias, mientras que “pasajeros de otras nacionales y razas” salían sin problemas del aeropuerto.
En definitiva, el tema del esperado turismo chino y las ventajas que podría traer para la economía española, no se limita ni se resuelve con un incremento de vuelos entre ambos países.
Publicado originalmente en Global Asia


09 septiembre, 2013

Recordando el día que murió Mao

Un 9 de septiembre de 1976, a las 00:10 de la madrugada, fallecía en Beijing el líder chino y fundador de la República Popular, Mao Zedong. Han pasado ya 37 años pero aún recuerdo claramente ese día, así como los que le precedieron y siguieron en uno de los años más convulsionados de la historia reciente de China.
Era una mañana de sol en un Beijing que iba entrando con fuerza en el otoño, después de unos meses de julio y agosto calurosos, lluviosos y tremendamente difíciles para los habitantes de la capital china que, afectados por el terremoto de Tangshan, tuvieron que vivir semanas fuera de sus casas, en carpas del ejército, en viviendas provisionales e incluso en la misma calle.
En realidad debería decir tuvimos que vivir, y no “tuvieron”, ya que junto con mi familia y otros extranjeros que residíamos en Beijing, también sufrimos las consecuencias del que se considera uno de los terremotos más devastadores de la historia moderna y que tuvo su epicentro a menos de 200 kilómetros de la capital china.
Ese día el Instituto de Lenguas de Beijing (北京语言学院) amaneció engalanado con banderas de colores y carteles que anunciaban la celebración, esa tarde, de un nuevo aniversario de su fundación.
Antes del mediodía, sin embargo, nos indicaron que se suspendían los actos de celebración y que debíamos regresar a nuestras habitaciones y estar pendientes de la radio ya que a las 16:00 horas se iba a anunciar una “noticia importante”.
Aunque eran tiempos sin redes sociales, internet, teléfonos móviles o faxes, “todos” sabíamos o suponíamos de qué se trataba. Era la noticia que todos sabían que iba a suceder, y que algunos estaban esperando, pero que nadie se atrevía a mencionar en público: la muerte del hombre a quien en todas las consignas se dedicada un “Viva”, o en chino un “diez mil y diez años”  (万岁,万万岁).
Después de la muerte ese año del Primer Ministro Zhou Enlai el 8 de enero, y del caudillo militar y Presidente de la Asamblea Popular China (Parlamento) Zhu De, el 6 de julio, Mao era el último sobreviviente del trío más importante que aún, a mediados de los años 70, estaba al frente del país más poblado del planeta. (En una anterior entrada titulada “Todo comenzó un 8 de enero de 1976” trato el tema del fallecimiento de Zhou Enlai y otros acontecimientos de ese año)
En sus últimas apariciones públicas en la televisión recibiendo a dirigentes extranjeros –entre ellos a Richard Nixon o al entonces Vicepresidente egipcio Hosny Moubarak- ya se podía apreciar claramente el deterioro de la salud y estado físico general de Mao.
Su última aparición pública fue un 12 de Mayo, cuando recibió al Primer Ministro de Singapur, Lee Kuan Yew.
Después de almorzar en el comedor del Instituto, regresamos en bicicleta con mi hermana a nuestro domicilio, donde, a las 16:00, pegados a una radio eléctrica de mesa marca “El Este el Rojo”, escuchamos el comunicado oficial anunciando el fallecimiento del “camarada Mao Zedong, respetado y querido gran líder de nuestro Partido, nuestro ejército y nuestro pueblo de todas las nacionales, gran maestro del proletariado internacional y de las naciones y pueblos oprimidos del mundo”, y a continuación una reseña biográfica seguida de música fúnebre china y los acordes de “La Internacional”.
Al segundo día, y a pesar del duelo oficial fijado hasta el 18 de septiembre, asistimos a nuestra clases de chino donde el profesor Wang, con lágrimas en los ojos, un brazalete negro y una flor blanca, nos enseñó a escribir la frase  “Gloria eterna al Gran Líder el Presidente Mao!”
El cuerpo del dirigente chino fue velado en el Gran Palacio del Pueblo, por donde pasaron, de forma organizada, unas 300.000 personas, y a donde tuve la oportunidad de asistir el 14 de septiembre entre un grupo de los llamados “amigos extranjeros” que entonces estábamos en la capital china.
El acto final de despedida tuvo lugar el 18 de septiembre a las 15:00; con un país que se paralizó por completo durante tres minutos, y en una plaza de Tiananmen ocupada por un millón de personas.
Era un hito más, pero no el último, de un año del dragón que iba a convertirse en uno de los más trascendentales –y quizás de los menos estudiados, analizados y conocidos- de la vida de la República Popular.
La muerte de Mao fue el comienzo de una nueva e intensa lucha interna dentro del Partido Comunista que, contra todo pronóstico, provocó en octubre la caída de su viuda Mao, Jiang Qing y otros tres importantes dirigentes del Buró Político –la conocida como “banda de los cuatro”.
Un prácticamente desconocido Ministro de Seguridad Pública, Hua Guofeng, asume plenamente en septiembre el papel de sucesor de Mao que ya había empezado a ejercer de forma oficiosa en enero de 1976; aunque su paso por el poder fue bastante efímero ya que al cabo de un poco más de dos años, en diciembre de 1978, un nuevamente rehabilitado Deng Xiaoping comienza a dirigir un movimiento de reformas y cambios que aún sigue adelante, y que ha convertido a China en ese gigante al cual hoy todos enfocan sus miradas.
Creo que es bueno recordar esos momentos históricos para darse cuenta de lo imprevisible que es el “Imperio del Centro”, de lo difícil que es entender y predecir lo que pasa en su interior. Ningún sinólogo, llamado “experto” en China o simple seguidor de la evolución de este país pudo predecir, entre otras cosas, el final de Lin Biao como heredero oficial de Mao; la rehabilitación de Deng en 1974 y su nueva caída en abril de 1976; la nominación de Hua Guofeng como sucesor de Mao, y la caída, juicio y condena de su viuda Jiang Qing y de sus fuertes aliados en la dirección política del Partido Comunista.
Considero que es bueno tener esto en cuenta cada vez que se analiza China, a pesar de que ahora, con el avance de las telecomunicaciones, una mayor apertura y transparencia en relación con la de aquellos años, todo parece –para muchos- un poco más fácil y sencillo de entender.
Publicado originalmente en Global Asia


27 agosto, 2013

Los “efectos secundarios” de los avances tecnológicos en el idioma chino

El pasado mes de mayo, en una de mis entradas en este blog, reflexionaba sobre el impacto positivo de la tecnología moderna –en especial la informática y la telefonía móvil- en el aprendizaje del idioma chino, así como para su uso en la difusión de conocimientos e información.
También mencionaba al final del artículo que, sin embargo, un aspecto negativo del uso y abuso de las tecnologías modernas era la pérdida de capacidad para escribir a mano.  (Ver “La revolución tecnológica y su impacto sobre el idioma chino” )
Si la “revolución digital” que estamos viviendo ha contribuido y está contribuyendo a facilitar el aprendizaje y uso del idioma más hablado del mundo, así como el acceso a la cultura y a la información para cientos de millones de personas, también hay que ser conscientes de lo que podríamos calificar como sus “efectos secundarios”, principalmente en dos aspectos: los problemas de ortografía entre las nuevas generaciones y los peligros para la caligrafía,  una de las muestras de arte más tradicionales de China.
Recientemente, el China Daily se hacía eco de este fenómeno negativo y se refería a lo que llamaba “amenaza” para los caracteres chinos en la era digital  (Ver artículo).
Veamos en primer lugar el caso de la escritura. En el idioma chino la caligrafía (书法) es un arte, igual de o más importante que la pintura, por ejemplo. Tener una buena caligrafía, siempre utilizando el pincel, y componer poesía, eran virtudes apreciadas y necesarias para destacar en todos los campos de la sociedad.
El mismo Mao Zedong, mientras luchaba contra varios de los legados culturales de la que entonces se llamaba “vieja China”, sin embargo nunca dejó de escribir con pincel, de componer poesía al estilo tradicional chino, y de hacer inscripciones de puño y letra tanto de consignas políticas como de nombres de monumentos, edificios y lugares emblemáticos del país.
Entre sus caligrafías más conocidas y difundidas están los cinco caracteres de la frase “Servir al pueblo” (为人民服务). Cualquier turista que visite Beijing podrá ver aún en la fachada de la Estación de Tren de Beijing (no confundir con las otras nuevas estaciones de tren, como la estación del Norte o la estación del Sur) en el centro de la ciudad, los tres caracteres 北京站 (estación de Beijing) escritos por Mao.
Esa costumbre del fundador de la República Popular fue seguida por algunos de los dirigentes posteriores a su época. El primero fue Hua Guofeng, quien al final de su corta vida política como sucesor de Mao, fue criticado por querer impulsar un nuevo “culto a la personalidad”  y dedicarse precisamente a hacer inscripciones en los lugares que visitaba o inauguraba.
El  considerado como “arquitecto de la reforma china”, Deng Xiaoping fue también muy aficionado a la caligrafía y utilizó algunas de sus inscripciones como arma política para lanzar mensajes tanto para consumo interno como internacional. El hecho de escribir una inscripción en un lugar determinado o sobre un lugar determinado era una muestra de apoyo a ese lugar y a las políticas de ese lugar. Eso ocurrió por ejemplo en 1984 durante su famoso viaje a la Zona Económica Especial de Shenzhen, donde escribió una inscripción que significó un respaldo e impulso a la política china de apertura al exterior.
Los dirigentes de la historia más reciente de China fueron abandonando esa práctica hasta que en el año 2012 el Partido Comunista prohibió expresamente a los miembros del Buró Político hacer ningún tipo de inscripción pública de puño y letra.
Según el citado artículo del China Daily existe preocupación en la Asociación China de Calígrafos de que ese arte desaparezca en medio de la “revolución digital”. Dicha preocupación sería compartida por las autoridades del país y en este sentido el periódico menciona una instrucción del Ministerio de Cultura del año 2011 para que en todas las escuelas primarias de China se den clases de caligrafía una vez a la semana, así como para que cursos similares se den en instituciones superiores de enseñanza. Sin embargo, la falta de profesores estaría imposibilitando la aplicación completa y normal de esa norma.
Como ya indicamos, el otro “efecto secundario” de estos avances tecnológicos es el de los problemas de ortografía. Aquí, podemos encontrar alguna similitud con lo que está pasando con el español, aunque el caso del chino es mucho más grave.
La facilidad para “escribir”, o mejor dicho reflejar en escrito caracteres chinos por medios electrónicos, los correctores automáticos de ortografía, está generando una especie de “analfabetismo parcial” (no sé si el término es el más correcto, pero quiero definir la capacidad para leer y para escribir por medios digitales, pero la incapacidad para escribir a mano) entre las nuevas generaciones chinas que, sin la ayuda de un ordenador o un teléfono móvil, tienen cada vez más dificultades para escribir con un lápiz y un papel y sin faltas de ortografía.
En el idioma chino los problemas son exponencialmente mayores que en el caso del español. Mientras que en la lengua de Cervantes los posibles errores estarían “limitados” a confusiones entre la “v” y la “b”; la “c”, “s” o “z” o el uso de la “h”, en el chino nos encontramos con un idioma sin alfabeto, con un número casi ilimitado de caracteres formados por diversas combinaciones de trazos, cuyo aprendizaje y uso depende casi exclusivamente de la memorización y de un uso periódico.
En mi anterior entrada ya citada, hacía mención a que “Aparte de los innumerables cursos y diccionarios on-line, y de otras herramientas de utilidad,  ahora muchas veces “basta con” reconocerlos caracteres, aunque uno nos lo pueda escribir de memoria. Por ejemplo, para escribir Beijing (北京) basta con escribir su nombre en pinyin (la romanización fonética del chino), o simplemente poner las letras “B” y “J” juntas, y aparece por defecto la palabra北京.”
Por suerte, los teléfonos y tabletas más modernos incluyen la posibilidad de escribir caracteres en la pantalla, y que el dispositivo los reconozca, lo cual permitiría seguir practicando la escritura de caracteres y aprovechando al mismo tiempo las ventajas de la “revolución digital”.
Al mismo tiempo, como indica el China Daily, los padres comienzan a ser conscientes del problema y algunos envían a sus hijos a escuelas de caligrafía.
Así pues, para bien o para mal, los efectos de la “revolución digital” en el idioma y en la cultura china son de una profundidad y complejidad que, por las mismas características de su lengua, sobrepasan de lejos a los que podemos encontrar en el español.
Publicado originalmente en Global Asia

29 julio, 2013

Messi, marcas chinas, empresas chinas y demás

Recientemente muchas personas seguramente se han asombrado al ver a Leo Messi haciendo publicidad sobre una aplicación para teléfonos y tabletas, llamada “WeChat”, un programa parecido –pero gratis y con muchas más funciones- al popular “WhatsApp”.
 
No sé si mucha gente sabe que “WeChat”, el producto anunciado por Messi, es un programa desarrollado por una empresa china, Tencent (腾讯), fundada en 1998 y actualmente la empresa de Internet más grande de China por capitalización.
 
“WeChat” se ha transformado ya en la aplicación más popular dentro de China, no sólo para los habitantes del país, sino para la ya numerosa y creciente comunidad de residentes extranjeros.
 
En la publicidad que protagoniza el futbolista argentino del F.C. Barcelona, y que se está dando a conocer a nivel global (el anuncio tiene versiones en diversos idiomas ), sin embargo, no hay ninguna mención a China.
 
Es un hecho que las marcas con nombres chinos o identificadas con China, han generado muchas veces entre los consumidores y establecimientos comerciales del mundo diferentes grados de dudas, temores y suspicacia.
 
Esta situación está cambiando en los últimos años.
 
Por un lado tenemos empresas con “nombres chinos”, como Huawei o Haier, que después de muchos años de esfuerzos están empezando a destacar en los mercados internacionales, incluso en los más desarrollados.
 
Huawei es una empresa dedicada a las telecomunicaciones, mientras que Haier fabrica electrodomésticos.
 
Los recursos destinados a publicidad no han sido ajenos a esta mejora de posición de sus marcas. Huawei, por ejemplo, auspició en la pasada temporada algún partido del Atlético de Madrid.
 
En América Latina, por otro lado, las marcas de automóviles chinos (como Chery o BYD, entre otras) ya son muy conocidas en muchos países de la región, donde además tienen una posición creciente en alguno de sus mercados.
 
Por último, tenemos también el caso de empresas chinas que han adquirido empresas extranjeras, sin haber cambiado las marcas de las mismas.
 
Es por ejemplo el caso del fabricante de automóviles Volvo, actualmente propiedad de la empresa china Geely.
 
Otro caso reciente es el de Campofrío, importante empresa española en el sector de elaborados cárnicos. El principal accionista de Campofrío es en la actualidad la empresa china Shuanghui quien adquirió la participación que Smithfield Food, de Estados Unidos, tenía en la empresa española.
 
El consumidor occidental, sin embargo ¿relaciona a Campofrío, a Volvo o a WeChat con China? ¿Cuántos consumidores saben que Huawei es una empresa china?
 
La realidad es que cuando se menciona el nombre de China y sus empresas, por lo menos hasta hace muy poco tiempo, sólo se pensaba en los restaurantes chinos, en las tiendas de productos baratos, o en los productos de industria ligera y textiles.
 
Al igual que el país, sin embargo, las cosas están cambiando también de una forma espectacularmente rápida en lo que tiene que ver con las empresas chinas y sus productos.
 
Estos recientes acontecimientos demuestran, entre otras cosas:
 
a) El crecimiento de la presencia empresarial china en los mercados internacionales va en constante aumento y la tendencia no hace más que aumentar y extenderse poco a poco a casi todos los sectores de la vida económica y social.
 
En los últimos años, muchas de las grandes operaciones chinas en el mercado internacional han tenido relación directa con el gas y el petróleo o la minería, sectores de alguna manera alejados del día a día del consumidor.
 
El cambio, ahora, es que están llegando directamente a los escaparates de las tiendas, a la vida diaria de las familias, de los jóvenes.
 
Contrariamente a lo que se dice con frecuencia, parte importante del éxito de estas empresas no está en la competitividad salarial, sino, entre otros, a los recursos destinados a investigación y desarrollo.
 
b) Ya se ha dicho en reiteradas oportunidades que el proceso de internacionalización de las empresas chinas, tiene rasgos similares a los seguidos por Japón y por Corea. (Los menos jóvenes recordarán la entrada de los coches japoneses, y más tarde de los coreanos, en los mercados occidentales). Al principio también se desconfiaba de la calidad del “Made in Japan” y al final se llegó a tener a empresas japonesas controlando estudios de Hollywood o de producción musical, entre otros.
 
En el caso de Corea tenemos empresas como LG o KIA que no todo el mundo en Occidente relaciona con ese país asiático. El fabricante de automóviles KIA además utiliza la figura del tenista español Rafael Nadal en su publicidad. En este contexto, ¿puede ya asombrarnos que una empresa china use a Leo Messi para anunciar sus productos?
 
c) Las empresas chinas están demostrando que están dispuestas a destinar millonarias sumas de dinero en publicidad y promoción comercial, cuentan con los recursos económicos suficientes, y lo están haciendo en muchos casos con “medios” occidentales y con herramientas occidentales.
 
Para terminar, y pidiendo disculpas por auto-citarme, me gustaría volver a recordar un artículo escrito en el 2007 y recuperado en diciembre pasado, titulado “China nos importa, China nos afecta”. Creo que cada día que pasa, el artículo adquiere una nueva actualidad.


Publicado originalmente en Global Asia
Pinche en el siguiente enlace para ver el artículo “China nos importa, China nos afecta”http://blogs.globalasia.com/china-reflexiones-orientales/china-nos-importa-china-nos-afecta/

15 julio, 2013

Recuperando recuerdos de una China de hace casi cuatro décadas

El 7 de julio se cumplieron treinta y ocho años de mi llegada a Beijing, junto con mis padres –Berta y Vicente- y mi hermana Laura, y me gustaría recuperar un artículo que años atrás escribí en Global Asia, donde recordaba algunos aspectos de la China de entonces y la comparaba con la del país actual. Creo que dicho artículo sigue manteniendo su actualidad, y si en algo se ha quedado “viejo” ha sido en algunos datos sobre China. Por ello he decidido realizar unos muy pequeños cambios y reproducirlo a continuación
 
El DC-8 de Swissair aterrizó en Beijing un lunes 7 de julio de 1975 poco después de la 7 de la tarde. El vuelo SR316 había salido de Zúrich el domingo anterior y llegaba a la capital china después de un viaje de cerca de 20 horas con escalas en Ginebra, Atenas y Bombay, aunque en realidad el viaje había empezado cuatro días antes en Buenos Aires.
 
Un calor húmedo y pegajoso, y un retrato de Mao, en el edificio de arquitectura soviética de la terminal del Aeropuerto “La Capital”, fueron los primeros en recibirnos en China, y ese fue el comienzo de un contacto directo con el país más poblado del planeta que se mantiene hasta la actualidad.
 
Hoy, treinta y ocho años después, cuando cualquier vuelo desde alguna de las principales ciudades europeas es directo y dura menos de la mitad que aquel viaje de Swissair, el calor húmero y pegajoso de Beijing en julio y el nombre de su aeropuerto son prácticamente lo único que no ha cambiado desde entonces en la ciudad. Y es que, al igual que su aeropuerto ya no es el mismo, muy poco es lo queda hoy de la China y del Beijing de entonces.
 
La China del 75 era la de los años finales de Mao –quien fallecería en septiembre del año siguiente- y la que acababa de rehabilitar a Deng Xiaoping, quien volvería a caer en abril del 76 hasta su retorno definitivo en 1978.
 
Aunque suene a tópico, era también la China de las bicicletas porque, en realidad, lo que veíamos era todo un país en bicicleta. En bicicleta se movían sus habitantes (solos, con sus amigos, sus parejas o sus hijos), y se transportaban las cosas: en jaulas metálicas adosadas a las bicicletas los campesinos llevaban cerdos, gallinas o patos vivos; en triciclos se llevaba todo tipo de carga, desde carbón en invierno, hasta sandías en verano.
 
En bicicleta había que moverse todo el año, en el calor asfixiante del verano de Beijing, aliviado cada tanto por las tormentas de julio y agosto, en el frío bajo cero y con la nieve del invierno, y pedaleando contra los fuertes vientos de la primavera, siempre llenos de tierra.
 
Las bicicletas, luchando de forma caótica con los pocos coches que había en la ciudad –todos ellos con cortinas en sus ventanas- eran parte del paisaje y, con sus chillones timbres, del sonido de la ciudad. Una ciudad que se levantaba cada día a las 6 de la mañana con los acordes de “El este es rojo”, la gimnasia colectiva al aire libre –en verano y en invierno- y las noticias oficiales de las 06:30h difundidas por los altavoces de las comunas, fábricas, escuelas, cuarteles del ejército, oficinas y todo lo que se conocía como la “danwei” (la unidad de trabajo).
 
En el ámbito internacional era una China que seguía luchando para romper el aislamiento a la quería someterla parte de la comunidad internacional, que al mismo tiempo no podía vivir sin ella. Mao recibía en el 75 a jefes de Estado y de gobierno no sólo de países aliados sino al Presidente Gerald Ford de Estados Unidos en diciembre, o un mes antes al canciller alemán Helmut Schmidt, mientras que Deng Xiaoping acababa de visitar Francia en primavera.
 
Hacía apenas cuatro años que la República Popular había sido aceptada en las Naciones Unidas pero, por ejemplo, no podía prepararse para los Juegos Olímpicos de Montreal del 76 porque aún no era aceptada en el Comité Olímpico Internacional. Desde entonces, he podido ser testigo de acontecimientos de tremenda repercusión en la historia china y mundial. Hoy, cuando Beijing ya ha organizado con éxito unos Juegos Olímpicos, los cambios y el desarrollo de China han sido tan impresionantes que podemos decir que en muchos aspectos estamos hablando de otro país.
 
La prensa lleva ya años hablando del espectacular desarrollo que está teniendo lugar en la República Popular. Podríamos dar una larga lista de cifras impresionantes para demostrar la magnitud de uno de los procesos de cambio económico y social más importantes de la historia reciente de la humanidad, máxime si tenemos en cuenta el corto plazo de tiempo en que se está produciendo y que tiene lugar en el país más poblado del mundo.
 
También podemos leer con frecuencia los aspectos más “anecdóticos” de este cambio de China: la desaparición del mal llamado “traje Mao”, la progresiva extinción de las bicicletas de sus paisajes urbanos, la modernidad de sus nuevos edificios e infraestructuras o la creciente presencia de tiendas, instalaciones y marcas internacionales en todo su territorio. Todas esas estadísticas, impresionantes pero frías, todos los cambios anecdóticos son incapaces de reflejar el cambio tan profundo que ha experimentado el país y, sobre todo, sus repercusiones en el mundo actual.

China no es sólo ya la segunda economía y la primera potencia comercial del mundo, sino que es también una potencia espacial y líder mundial en muchos sectores de la industria y la ciencia y la tecnología. El crecimiento, la fuerza, el dinamismo de China no sólo los vemos en la economía, sino que lo podemos encontrar en la música, en el cine y en el arte en general. Más allá de los detalles anecdóticos, de la vestimenta, de las bicicletas o de la fisonomía de sus ciudades, el cambio de China ha sido tan profundo en muchos aspectos que ha afectado desde al idioma hasta a muchas de las costumbres del país.
 
Aunque el idioma obviamente sigue siendo el mismo, ahora se habla de forma muy diferente que hace tres décadas atrás. La gente se saluda diferente (no es sólo que la palabra “camarada” haya desaparecido prácticamente del vocabulario, o tenga ahora otras connotaciones; es que en los años 70 “¿Has comido?” era una de las primeras preguntas que se hacía la gente cuando se encontraba), y los verbos y los nombres de tantas cosas han cambiado (las palabras “hotel”, “restaurante”, “baño”, “peluquería”, “autobús”, “refresco”, “la cuenta”, “tienda” y un largo etcétera) tanto que una persona que haya estudiado chino en los 70 y vuelva ahora a Beijing puede encontrar verdaderas dificultades para comunicarse.
 
También ha desaparecido una larga serie de objetos que formaban parte del paisaje y de la vida del país. Los coches –que ahora inundan las calles de las grandes ciudades- ya no tienen cortinitas en sus ventanas; los autobuses ya no llevan altavoces para gritarle a los ciclistas y peatones que se aparten, y las escupideras han dejado de formar parte del mobiliario oficial, al igual que las tarteras de aluminio o los termos gigantes.
 
Este espectacular desarrollo, esta tremenda modernización, ha sido –como toda la historia de este país- un proceso “con características chinas”. Así fue la revolución de Mao y así han sido todas las etapas vividas desde la fundación de la República Popular China hasta el presente. La modernización, y en algunos casos “occidentalización”, que se puede observar hoy en muchos aspectos de la vida china –como, por ejemplo, en costumbres y hábitos de consumo- no deja de tener sus peculiaridades y sus características chinas.
 
Por ello, y detrás de los gigantescos cambios, siguen coexistiendo elementos que nos hacen recordar, aunque en otro entorno, a la China de hace 38 años como si estuviésemos viendo unremake de una vieja película, donde el libreto es el mismo pero el escenario es más moderno. China, en el fondo, sigue siendo una gran desconocida para gran parte del mundo exterior, a pesar de Internet y de lo que han avanzado las comunicaciones.
 
Es un país difícil de entender y más de predecir, aunque en teoría fácil de analizar a posteriori por el cada vez mayor número de seguidores de su actualidad; un país en el cual hay que seguir leyendo entre líneas, analizar los gestos y los símbolos; un país aún rodeado de mucho misterio, protocolo y lo que podríamos considerar una “liturgia” estricta e inmutable a pesar de las décadas transcurridas.
 

Publicado originalmente en Global Asia

19 junio, 2013

Extranjerismos en el idioma chino; “chinismos” en el español

La prestigiosa publicación “The Economist”, en uno de sus blogs –“Johnson”, dedicado al lenguaje- se preguntaba  hace una semanas por qué, después de más de 35 años de crecimiento y fortalecimiento “astronómico” de China, casi ninguna palabra de su idioma había sido adoptada por el inglés. Me permito recomendar su lectura, a todos aquellos interesados en la lengua más hablada del mundo.(La entrada del blog puede ser consultada en el siguiente link): Blog Johnson – The Economist 
Es un tema para reflexionar. Nosotros nos podríamos preguntar: ¿cuántas palabras chinas han sido “adoptadas” en el español? , ¿cuántas palabras extranjeras encontramos en el idioma chino?
Analizando el caso del inglés, el artículo de la revista británica indicaba que quizás algunas de las muy pocas aportaciones chinas a la lengua de Shakespeare han sido palabras como Kung Fu, Tai Chi, Feng Shui, o más recientemente “guanxi”, aunque francamente creo que sólo las personas muy interesadas y/o relacionadas con China conocen su significado y pueden usar ese vocablo.
Una de las razones de esta falta de palabras chinas en el inglés, analiza el artículo, podría ser el que la apertura y fortalecimiento de China han sido algo “nuevo” y quizás habría que esperar otros veinte años más para encontrar un cambio relevante en la situación.
Para el autor del blog, algo parecido ocurrió con Japón; la influencia y uso de palabras de origen japonés en el inglés comienza sólo después de décadas de desarrollo económico de ese país asiático. Curiosamente, algunas de ellas vienen del chino, como por ejemplo “Tofu”.
La mía no es la opinión de un filólogo o experto en la materia, pero creo, asumiendo el riesgo de equivocarme, que aparte del factor del desarrollo económico, estamos hablando de un fenómeno que se puede aplicar a casi toda Asia, y una de sus causas, aparte de la falta de contactos y conocimiento mutuo entre Occidente y el continente asiático, es también la falta de grandes procesos migratorios  a y desde Asia.
Veamos, por ejemplo, el caso de Corea del Sur, una de las mayores economías del mundo y un país cuyas empresas tienen una fuerte e importante presencia hasta en el último rincón del Planeta, más que China, y me atrevería a decir, más que Japón en la actualidad. Sin embargo, ¿cuántas palabras provenientes del coreano encontramos en Occidente, aparte de los nombres de marcas como Samsung, Daewoo, LG o KIA, por ejemplo?
Con el español tenemos una situación similar al inglés. Hay algunas palabras japonesas muy conocidas, como “tsunami”, por ejemplo;  otras menos en chino y prácticamente ninguna en coreano, vietnamita o muchos de los otros idiomas de la región.
Entre algunas de las palabras provenientes del chino, encontramos por ejemplo, charol, tofu, feng shui, kung fu, ginseng , lichis o tofu. También tenemos otras que no son extranjerismos, pero que tienen que ver con China, como por ejemplo “Maoísmo”, “Confucianismo”, “mandarines” o “Pekinés”.
Más que un motivo económico, considero que se trata más bien de un tema cultural, histórico y sociológico.
Es interesante, a su vez, ver cómo en el idioma chino, a diferencia del japonés, los extranjerismos son también muy pocos. En este caso, aparte de los factores culturales, históricos y sociológicos, existen motivos idiomáticos.
El chino es un idioma que, sin alfabeto, puede asumir con relativa “facilidad” palabras/ideas/conceptos extranjeros y transformarlos a través de sus caracteres o ideogramas a su vocabulario,  a diferencia del español donde  estamos muy influenciados por el inglés, en especial en lo que tiene que ver con palabras relacionadas con la tecnología moderna.
Por ejemplo, un “móvil” o “celular”, es en China un “teléfono de mano (” 手机”), un SMS es un “mensaje corto” (短信), un ordenador  o computadora es un “cerebro electrónico” (电脑), o un avión una “máquina voladora” (飞机).
Los pocos extranjerismos que vemos en el chino, vienen por ejemplo de alimentos  (“chocolate”, “café”) cuyo significado es casi imposible de transformar en una idea;  de aparatos/equipos como “moto”; o de temas culturales como “tango”.
Un caso interesante es el de las siglas. Por ejemplo, el chino siempre ha tenido traducciones “fáciles”  para organismos internacionales (como FMI), o conceptos como Producto Interior Bruto (PIB), Índice General de Precios (IPC), u otros.
En los últimos años, sin embargo, y en el proceso de “extranjerización”/”occidentalización” de  la sociedad china, vemos cada vez con mayor frecuencia el uso de siglas en inglés con IMF (para Fondo Monetario Internacional), GDP (para Producto Interior Bruto), o CPI (Índice de Precios al Consumo).
Mucha gente, en especial aquellos de mediana edad o más veteranos, no entiende ni está de acuerdo con el uso de esas siglas, cuando en el chino siempre han existido palabras para definirlas claramente.
No soy de los que creen que en las próximas décadas el desarrollo de China estimulará el uso de sus vocablos en idiomas como el español. Sí es verdad, que al igual que en caso de Corea del Sur, y en menor medida de Japón, cada vez nos acostumbraremos más a palabras como “Huawei” o “Haier”, marcas chinas de productos con una presencia cada vez más global.
Publicado originalmente en Global Asia

29 mayo, 2013

La revolución tecnológica y su impacto sobre el idioma chino

Ahora que el idioma chino está tan de moda en el mundo, creo que vale la pena reflexionar sobre las grandes ventajas e influencia que la tecnología moderna, en especial la informática, han tenido en los últimos años para la difusión y facilitación de su aprendizaje, tanto dentro como fuera de China.
Si la informática, internet y la telefonía móvil han favorecido a nivel global las comunicaciones, facilitando y acelerando la transmisión de información y conocimientos, en el caso del idioma chino las ventajas han sido y son inmensamente mayores y más profundas en relación con las que están teniendo lugar en el mundo occidental.
La razón es muy sencilla: el idioma chino no tiene un alfabeto y por ello su aprendizaje, en particular su escritura, siempre ha dependido de la memorización. Esta característica además impedía la existencia de máquinas de escribir personales, por lo que hasta no hace muchos años todo tenía que escribirse y corregirse a mano, antes de ser entregado a las imprentas o máquinas de escribir profesionales de las universidades, oficinas y demás centros de trabajo.
Hasta prácticamente los años 90 del siglo XX la no existencia de máquinas de escribir personales en chino, y de medios adecuados de comunicaciones, ralentizaba toda la creación literaria y científica, y dificultaba enormemente su difusión.
Mientras que en los años 70 u 80 no era raro que un estudiante en Occidente tuviese acceso a una máquina de escribir portátil, en mi caso tuve que estudiar durante siete años mis dos carreras en China escribiendo todo a mano.
Las dificultades del idioma chino, en especial de su escritura, fueron consideradas desde principios del siglo XX por algunos intelectuales como una de las causas del atraso y la debilidad del país asiático, y una de las mayores trabas para su modernización. Incluso se llegó a plantear la desaparición de los caracteres.
Entre los años 1910 y 1920, surge un movimiento intelectual que propugna la sustitución del  chino tradicional escrito por una lengua “popular” o “vernácula”  (llamada  “baihua” 白话). El representante más destacado de este movimiento es el escritor Lu Xun, (鲁迅) quien en 1918 publica “El diario de un loco” (狂人日记), considerada como la obra representativa de esa reforma lingüística.
Tras la fundación de la República Popular China en 1949, el nuevo gobierno se enfrentó a la gigantesca tarea de alfabetizar y educar a una población de millones de habitantes, en su mayoría residentes en zonas rurales. A mediados de los años 50 se crea un Comité de “sabios” que sugiere y promueve la simplificación de unos cientos de caracteres, mediante la reducción del número de trazos de los mismos. Solo como un ejemplo veamos el ideograma “país”: en su versión tradicional  國, tiene once trazos, y en su versión simplificada 国 sólo siete.
Esta medida facilitó el aprendizaje, la lectura y escritura del idioma chino, aunque fue criticada por los más “puristas”. De hecho, la escritura simplificada se usa solamente en la llamada parte continental de China, mientas que la escritura tradicional aún se continúa empleando en Hong Kong, Taiwán, Singapur y otras regiones con grandes colonias chinas.
No fue hasta la llegada del fax, a finales de los años 80, que se pudo transmitir y recibir caracteres chinos al mismo tiempo, sin ningún proceso de cambio, entre dos puntos diferentes. El fax fue un salto cualitativo muy importante en las comunicaciones  ya que los sistemas anteriores de transmisión de datos (telegramas o telex) necesitaban de un código de conversión para la transmisión y recepción de cada ideograma.
La verdadera “revolución”, sin embargo, comienza con el gran desarrollo y avance de la informática y más tarde de Internet y la telefonía móvil. Por primera vez en China cualquier persona con conocimientos mínimos y elementales de informática puede empezar a escribir en chino con un teclado “normal”, utilizar cualquiera de los programas y aplicaciones disponibles en otros idiomas, y por lo tanto crear, distribuir, guardar, tener acceso a información, contactar, dialogar, etc., etc.
El éxito fue tan grande que China es actualmente uno de los países del mundo con mayores facilidades técnicas para todo lo relacionado con informática, internet y telefonía móvil.
Estos avances tecnológicos han facilitado de manera destacada el aprendizaje de chino entre los extranjeros, por lo menos en cuanto a escritura se refiere.
Aparte de los innumerables cursos y diccionarios on-line, y de otras herramientas de utilidad,  ahora muchas veces “basta con” reconocer los caracteres, aunque uno nos lo pueda escribir de memoria. Por ejemplo, para escribir Beijing (北京) basta con escribir su nombre en pinyin (la romanización fonética del chino), o simplemente poner las letras “B” y “J” juntas, y aparece por defecto la palabra北京.
El uso o abuso de estos sistemas electrónicos de escritura tienen como aspecto negativo, sin embargo, la pérdida de capacidad para escribir a mano. En todo caso, está claro que los avances tecnológicos y su influencia en el idioma chino, han sido también una de las claves del espectacular desarrollo que está experimentando China.
Publicado originalmente en Global Asia 

09 mayo, 2013

Reflexiones sobre la "fiebre" con el turismo chino

Recientemente se está hablando mucho sobre el turismo chino hacia España, destacándose con razón las nuevas oportunidades de negocio que se pueden generar, más aún en estos momentos de crisis.
Lamentablemente, en muchos de los temas relacionados con China en España, y después de casi tres décadas de experiencia profesional en las relaciones entre ambos países, no puedo ser muy optimista en este caso. Ojalá me equivoque, y espero que no se repita en este sector, como en muchas otras ocasiones, lo que podríamos llamar la “fiebre china”, o sea un gran entusiasmo y expectativas que luego se deshacen como pompas de jabón.
A los pocos días de finalizar en Barcelona un Congreso Internacional sobre el Turismo Asiático llego al Aeropuerto de Madrid y me llevo la gran sorpresa de que desde ahora, para usar los carritos para el equipaje hay que pagar 1 €, pago que se realiza bien con monedas o con tarjeta de crédito.
Detalles “pequeños” como este del Aeropuerto de Madrid-Barajas, y que también se ha comenzado a aplicar en El Prat de Barcelona, son los que pueden tirar abajo o entorpecer las medidas y los discursos de buena voluntad  que se anuncian cada vez que surge una “fiebre china”.
Esas “fiebres” con el mercado chino, acompañadas con frecuencia por verbos como “apostar”, “conquistar”, “descubrir” o “aterrizar”, se van enfriando en el camino precisamente por la falta de atención a esos detalles en teoría “insignificantes”.
Se pretende que los turistas chinos de alto poder adquisitivo viajen a España, consuman y compren productos caros y ya se empieza a hablar de cifras mareantes en cuanto al posible número de turistas que puede venir y el dinero que se pueden dejar en España.
Y sin embargo lo primero que se encuentra ese turista al llegar a Madrid es que tiene que conseguir una moneda de 1 € (vaya usted a saber dónde) o utilizar una tarjeta de crédito que o bien no tiene (cualquier persona con un mínimo conocimiento de China sabe que su población se mueve con grandes cantidades de efectivo cuando sale del país  o tienen tarjetas que no son aceptadas universalmente). Incluso, aunque tuviese esa moneda, la impresión que se va a llevar no creo que sea la más positiva.
Esto, si antes no ha tenido la desagradable experiencia de salir del avión de Air China y encontrarse con efectivos policiales que prácticamente en la puerta del avión se dedican a pedir la documentación de todo aquel que tenga una cara asiática.
SI en estos momentos el turista chino viene a España se debe, en gran medida, a los esfuerzos e iniciativas tomadas por empresas chinas. Esto es así en la aviación, donde Air China es la única línea aérea que une sin escalas las capitales de los dos países (ya van a inaugurar su quinto vuelo semanal); y lo es también en el sector de las Agencias de Viaje chinas establecidas en España y Europa en general y que se encargan de organizar para los turistas de su país programas “a medida” que incluyen alojamiento, comidas, visitas, compras y ocio acorde a los gustos y costumbres chinas.
Es verdad que hay buenas intenciones y mucho trabajo y esfuerzo en España por parte de las administraciones y muchas empresas involucradas en el sector. Sin embargo, mucho de ese esfuerzo puede resultar inútil si no se tienen en cuenta esos detalles en teoría “insignificantes” y si, aparte de una estrategia, no se trabaja a fondo en las tácticas a emplear.
Publicado originalmente en Global Asia