15 mayo, 2014

China: números, supersticiones y demás ...

El año 2014 nos está trayendo una serie de fechas nada auspiciosas ni favorables para un país donde la superstición ha sido una de esas “moscas” que, citando a Deng Xiaoping, han entrado a la República Popular mientras abría su ventana para permitir la entrada de “aire fresco”, siempre según el llamado “arquitecto” de la reforma de China.
Y es que una de las tantas cosas que han cambiado en el país asiático en las últimas décadas –lo mismo que otras siguen siendo lo mismo- es el “auge” de la superstición en general, y la relacionada con los números en particular, a tal grado que ha adquirido un carácter casi institucional.
Según estas supersticiones, tenemos una serie de fechas, como el 4 y el catorce de enero, el catorce de abril o el 14 de mayo, todas ellas relacionadas con la muerte, como veremos más adelante, y nada auspiciosas para bodas o nacimientos, por ejemplo.
Cuando llegué a China en 1975, el portal del edificio donde vivía junto con otros extranjeros, dentro del Hotel de la Amistad, era el número 12, y el de al lado, era el 14. ¿Y el 13? preguntaba yo, incapaz de creerme que en la República Popular a la que acababa de llegar existiera esa superstición.
La respuesta era que, como una forma de respeto hacia los “amigos extranjeros”, se evitaba utilizar esa cifra “maligna”; y ese mensaje tenía dos significados: el orgullo de que “nosotros los chinos no somos supersticiosos”, y una especie de “burla” hacia esa superstición venida de afuera, no sólo de Occidente, ya que, según ellos, se evitó utilizar el 13 cuando el Hotel se construyó para alojar a los llamados “expertos” soviéticos en los primeros años de la joven república fundada por Mao.
Como tantos de los errores que se pueden cometer cuando se habla de este país, si yo hubiese abandonado China y dejado de tener contacto con este mundo antes de los años 90, hubiera afirmado con rotundidad que “los chinos no son supersticiosos”.
La apertura al exterior, y en especial el contacto más fluido y directo con otros “territorios chinos” como Hong Kong, implicó también para la República Popular la entrada y el regreso de una serie de vicios, supersticiones, y algunas costumbres y “tradiciones” no muy “éticas” o “morales”; en una palabra, supuso la entrada de esas “moscas” , pero – según pensaba Deng- también de un “aire puro” que iba a cambiar para bien al país en su conjunto.
En Hong Kong, donde se habla principalmente el dialecto cantonés, la pronunciación del número 8 es muy similar a la de lo que podríamos traducir como “prosperidad”. El 8 se pronuncia “ba” enputonghua –la pronunciación unificada del idioma chino- pero “fa” en cantonés, y “fa” puede ser también “facai” 发财, o sea enriquecerse o prosperidad.

La pronunciación del número 4 (“si”) en putonghua es similar a la de la palabra “muerte”; el número 1 puede relacionarse con “querer”, y el número 5 con “yo”.
Con estos ingredientes tenemos una combinación de números muy “buenos” como 8, 88, 888 y así hasta el “infinito”; “18” (enriquecerse), “518” (yo voy a enriquecerme); y números muy malos como el “4” (morir), “14” (morirse) o “514” (voy a morirme).
En mis primeros años en la China libre de supersticiones, teníamos portales número 4, cuartos pisos en los edificios; el número de información telefónica era “114” (me quiero, me quiero morir), eltrolleybus que nos llevaba desde el centro hasta la zona del Parque de Bambú era el número 114 y la línea 4, junto con la número 1, eran las dos principales que recorrían la interminable avenida Chang´an, en el centro de Beijing.

Es verdad que, no sé si por razones técnicas o políticas, se siguen manteniendo el “114” como el número de información telefónica. También es verdad que, en una pragmática combinación de supersticiones chinas y “extranjeras” uno se puede encontrar con construcciones donde no existen los pisos número 4, 13 y 14, y así un edificio que tenga 12 pisos, podrá tener un ascensor que llegue hasta el número 15.
Esa “fiebre” supersticiosa con los números abarca casi todos los aspectos de la sociedad. Los precios de muchos productos o de los platos de comida de un restaurante (que en muchos países terminan en 9 para dar una sensación de “más barato” – 9, 19, 99, etc.) en China terminan en 8. Los números de las matrículas de los autos se subastan de forma pública y se llegan a pagar cifras millonarias por un “8888”; en China cuando uno compra un teléfono móvil, tiene que comprar aparte “el número”; un número de teléfono que termine con varios “8” o “18” o “58” es difícil y caro de conseguir, mientras que el “4” es el que nadie quiere, y el que, por cierto, figura como terminación en muchos de los teléfonos de los extranjeros que viven en China.
Esta superstición alcanza niveles institucionales. Por ejemplo, los Juegos Olímpicos de Beijing, que se inauguraron un 8 de agosto (el mes ocho) del 2008 –evidentemente la elección del año fue una casualidad beneficiosa para China- lo hicieron a las 08:18 de la mañana.
Este “juego” de números es también muy importante a la hora de decidir la fecha de una boda o de la inauguración de una tienda. No son muchos los que quieren casarse o celebrar su boda un día 4 o 14;  y una nueva tienda es muy probable que espere al día 18 para abrir sus puertas al público.

Si tenemos en cuenta que en el idioma chino los meses no tienen nombre, siendo Enero el “mes 1” hasta llegar al “mes 12” en Diciembre; y que el orden como se indican las fechas es año-mes-día, creo que se comprenderá mejor por qué el 4 de enero, 14 de enero, 1 de abril, 14 de abril, o 14 de mayo del 2014 son fechas “malignas”.

Todo en este país tiene por lo menos dos caras, como una moneda. Así, si bien muchas de las fechas del 2014 no son muy positivas, el hecho de estar ahora en el año del Caballo, según el calendario tradicional chino, y de que el próximo sea el de la Cabra –considerado como “malo” por muchos- está incrementando el número de embarazos y se prevé una caída en la tasa de nacimientos para el próximo año nuevo.
Artículo publicado originalmente en Global Asia

21 marzo, 2014

Homenaje a María Lecea; el idioma español en China; exilios y desexilios

Creo que ha sido un gran acierto de la Embajada de España en China la reciente organización de un acto de homenaje a María Lecea, una de las pioneras de la enseñanza del español en la República Popular, a quien tuve el privilegio de conocer en su segunda etapa en Beijing, entre 1984 y 1989. Lamentablemente no pude estar presente en el acto, en el cual además se anunció que el Centro de Recursos de la Consejería de Educación, Cultura y Deporte de la Embajada  llevará el nombre de esta española, que junto con su esposo, Ataúlfo Melendo, llegó a la capital china en 1955.

Después de varias búsquedas sin éxito en internet sobre este acto, por suerte me encuentro con la crónica de Rita Alvarez Tudela en ARNDigital “Homenaje en Pekín a María Lecea, pionera de la enseñanza del español en China.

Con honrosas excepciones, la historia de cómo el español entra en la República Popular es uno de los tantos temas de China sobre los cuales la información disponible es casi inexistente, y del cual poco se habla en la infinidad de seminarios, cursos, artículos y conferencias que se dan sobre el país asiático.

En los últimos años el Instituto Cervantes, las embajadas de España y de los países latinoamericanos de habla hispana, y diversas instituciones oficiales y privadas del mundo hispanoparlante –así como el gobierno de China y organismos como los Institutos Confucio o los Centros Culturales- están realizando una labor muy importante para acercar cada vez más a estos dos mundos, tan lejanos –no tanto geográfica como culturalmente.

Sin embargo, creo que no hay que olvidar los orígenes; y si en China ya en 1953 –sólo cuatro años después del establecimiento de la República Popular, y en un país que recién comenzaba a recuperarse de décadas de guerras, hambrunas y sufrimientos de todo tipo- se empieza a estudiar la lengua de Cervantes es gracias a la iniciativa y decisión del gobierno chino, en particular del Primer Ministro Zhou Enlai, a la acción individual y sacrificada de un grupo de republicanos españoles, y de latinoamericanos, al esfuerzo de los primeros estudiantes, y a partir de los años 60 gracias también al gobierno de Cuba, y ya en los 70, al de México, Chile y otros países de América Latina.
Es a mediados de los años 50 y en los 60 cuando empiezan a llegar a China un grupo de exiliados  españoles –entre ellos Maria Lecea y su esposo- algunos provenientes de la URSS (como  ella mismo o el arquitecto Luis Lacasa) otros, como “Pepe” Castedo –a quien también tuve el privilegio de conocer en Beijing- desde Paris,  y de latinoamericanos de casi todos los países de la región, para trabajar como profesores universitarios y en los órganos de prensa gubernamentales, como Ediciones en Lenguas Extranjeras, la Agencia de Noticias Xinhua o Radio Pekin.

Sin embargo, es una chilena, Delia Baraona Lagos, esposa del pintor José Venturelli, la primera profesora extranjera de español en China.
Creo que también es de justicia mencionar el caso de los brasileños, portugueses e incluso creo que angoleños, en lo relativo al idioma portugués.
Ahora que es tan “fácil” ser amigo de China hay que recordar que en las primeras décadas después del establecimiento de la República Popular, cuando se la quería aislar internacionalmente, viajar a ese país estaba expresamente prohibido por muchos gobiernos, y el estar relacionado con China implicaba muchas veces persecución,  cárcel y “listas negras”.
Eran años difíciles desde todo punto de vista, -y pensar que ahora hay gente que se queja de las “dificultades” de la lejanía de China …- y muchos de esos “pioneros” tuvieron que vivir en China un exilio no exento de sacrificios.
Pero si exilio no fue fácil, lo que Mario Benedetti definió como el “desexilio” tampoco  fue un camino de rosas, lamentablemente, para María Lecea, “Pepe” Castedo, y muchos de los latinoamericanos que pudieron regresar a sus países cuando los cambios políticos lo permitieron.
Algunos de ellos fueron premiados –la propia María Lecea o “Pepe” Castedo, tanto por España como por China; y otros han quedado en el olvido. Pero los premios “no dan de comer”. Buscando en el cajón de los recuerdos me encuentro con una nota de Ramón Vilaró para El País de España del año 1986  donde la profesora española expresaba su deseo de poder recibir una pensión después de haberse dedicado a enseñar el español fuera de España durante, decía entonces, 42 años, aunque en la práctica fueron más ya que ella abandonó China en 1989.

Sinceramente no sé si al final se pudo arreglar el tema de la pensión.
En todo caso ojalá que este homenaje de la Embajada de España a María Lecea sirva para romper con esa especie de amnesia sobre este período tan importante, creo, para las relaciones entre España y América Latina por un lado, y la República Popular China por el otro, período que, en cierto sentido, sentó las bases de lo hoy son estas relaciones.
Viendo la poca reacción que el tema ha tenido en la prensa –salvo que yo no haya sido capaz de encontrar otras crónicas aparte de la citada en ARNDigital, en cuyo caso pido disculpas- no puedo más que continuar con mi pesimismo sobre el tema.



24 febrero, 2014

China: y la reforma también reformó el idioma

Si una persona que está estudiando chino, o lo ha estudiado en los últimos diez años; si un ciudadano chino de unos treinta años viajara ahora en un túnel del tiempo a la China de mediados de los años 70, no entendería gran parte de lo que escuchase o leyese, como tampoco le entenderían muchas de sus expresiones.
Creo que lo mismo pasaría si se  hubiese “congelado” a un ciudadano chino de la década de los 70 y se le despertara ahora dejándolo en una calle de Beijing.
Y es que las transformaciones que han tenido lugar en la República Popular en las últimas décadas, no sólo han cambiado la fisonomía del país, destacados aspectos de su sociedad y de la forma de vida de su población, sino incluso hasta la forma de hablar, de expresarse y la escritura.
Meses atrás tuve el honor de reflexionar en el Instituto Cervantes de Pekín sobre los efectos que la reforma y la transformación de China han tenido sobre su idioma; reflexiones hechas  pura y exclusivamente desde la perspectiva de un “usuario” activo del idioma chino desde hace casi cuatro décadas, por lo que por las dudas espero que los filólogos y "sinólogos" puedan perdonarme.
Estas reflexiones, además, están muy limitadas por el espacio y por la necesidad obvia de intentar explicar en español aspectos relacionados con el idioma chino.
Todos coincidiremos, creo, en que es ”normal” y “lógico” que un idioma evolucione y cambie a medida que se transforma la sociedad, y más en los tiempos actuales de globalización y de espectaculares avances en la informática y las telecomunicaciones. En el caso del chino, sin embargo, tenemos un elemento más, y es al que nos referiremos exclusivamente en estas reflexiones: los cambios que han tenido lugar como consecuencia directa de las reformas económicas y la apertura al exterior.
Entre esos cambios nos encontramos con palabras y expresiones que “desaparecen”, otras que surgen y también algunas que cambian de sentido. En cuanto a las causas de este fenómeno tenemos elementos políticos, económicos, sociales, geográficos y una combinación de dos o más de esos factores.
El idioma chino de la República Popular siempre ha estado, y lo está hasta el presente, impregnado de un vocabulario político que abarca casi todos los aspectos de la sociedad. Ahora tenemos, con el Presidente Xi Jinping la expresión “el sueño chino” (中国梦) (que se usa no sólo para la política sino hasta para el deporte); con Hu Jintao tuvimos la “armonía”  (和谐 ); previamente fueron  “las tres representaciones” (三个代表);  y en los años 70 se hablaba, entre otras cosas de “médicos descalzos” (赤脚医生),  "escuela de puertas abiertas” (开门办学) o “comunas populares” (人民公社) expresiones éstas que no sé cuántos ciudadanos del país llegan ahora a comprender.
Como consecuencia de los cambios económicos y sociales, han desaparecido, por ejemplo, los “cupones de cereales”  (粮票) o “cupones de algodón” (布票),  elementos fundamentales en la vida diaria de hace unas décadas atrás. De la misma manera, han surgido palabras y expresiones nuevas como “fin de semana” (周末), “bar” (酒吧), “cafetería” (咖啡厅);  y ahora es algo normal hablar de “descuentos” (折扣) , o “rebajas” (大减价), cosa que, aunque para muchos de los actuales visitantes de los mercadillos chinos parezca extraño, eran conceptos que no existían.
La vida en los 70 era más “comunitaria”. El “¿has comido?” , “¿vas a comer?”, “¿de dónde vienes?”, “¿a dónde vas?”, “¡qué tarde has llegado!” eran expresiones de uso “normal” cuando se encontraban dos conocidos, como ahora lo son el “hola”, “buenos días”, “buenas noches”  o incluso el “byebye” que tiene su propia transcripción china (拜拜)
En lo social también ha desaparecido la palabra “duixian” (对象) literalmente “objetivo”, para referirse a novio o novia. “¿Tienes “objetivo”?”  (*有对象吗?), “buscar “objetivo” (找对象) , eran expresiones muy comunes entonces y que ahora podrían resultar ridículas.
Desde hace años ya se usa con frecuencia  el tratamiento de “señor”, “señora”, “señorita” (algo impensable en los 70) en lugar de “camarada”, palabra que ha quedado limitada a los actos del Partido Comunista,  y que  tiene ahora una nueva acepción, la de “gay”:   existe una literatura, un cine “camaraderil”, si podemos usar esta expresión,  como sinónimo de “gay”.
Tenemos  también palabras que “han retornado” al lenguaje diario pero con otro sentido. Un ejemplo es el caso de tuhao  (土豪definida originalmente como “déspotas locales” por Mao y por las recientes ediciones de diccionarios chinos,  pero que ahora se usa de forma, entre envidiosa y despectiva, como sinónimo de “nuevo rico” o “rico sin cultura”; tanto como sustantivo como adjetivo.
Uno de los mayores cambios en el idioma chino, sin embargo, se produjo como consecuencia del establecimiento de las primeras Zonas Económicas Especiales, cercanas a Hong Kong, Macao y Taiwán y la consecuente llegada de empresarios chinos de esos lugares. Ello originó en mi opinión dos fenómenos muy importantes.
En primer lugar, significó el “regreso” a China continental de los llamados caracteres tradicionales. En los años 50 el gobierno chino simplificó un número importante de caracteres y de trazos en la escritura, creando los llamados caracteres simplificados, mientras que otros territorios chinos no controlados entonces por el gobierno de las República Popular no aplicaron ese sistema y siguieron usando lo que se conoce como “caracteres tradicionales”.
Desde la entrada de inversores de Hong Kong y Taiwan, aunque la escritura oficial en China continental es la de los caracteres simplificados, éstos conviven  –en nombres de tiendas y edificios, en catálogos, en tarjetas de visita y un largo etc.-con los tradicionales. Si Deng Xiaoping habló de “un país, dos sistemas” para referirse a la relación entre China continental y Hong Kong, en el caso de la escritura me atrevería a decir que tenemos “un idioma, dos escrituras”.
El segundo cambio importante fue la introducción en el lenguaje diario, coloquial y oficial en  China continental de palabras típicas de Hong Kong y Taiwan. Así los Edificios de Oficina (办公楼) se convirtieron en “Edificios de Escribir” (写字搂);  las grandes tiendas (“grandes edificios de cientos de productos” o 百货大楼) pasaron a ser “centros de compras” o  购物中心;  los edificios pasaron a ser “torres” o 大厦 (aunque no tengan ni 5 pisos), y así un largo etc. Cambiaron los nombres de cosas como los taxis, autobuses, lavabos,  o el uso de expresiones como “la cuenta,  por favor”.
Por último, fue muy significativo el que se comenzaran a usar siglas del inglés en el lenguaje escrito, para expresiones que ya tenían su definición y se usaban perfectamente en chino. Así, es corriente encontrarse ahora en periódicos de la República Popular con siglas como “GDP”, “CPI”, “IPO” para referirse a definiciones económicas que siempre tuvieron su correspondiente expresión en chino.
Si a todo esto le agregáramos factores como las diferentes formas de hablar entre una generación y otra, o los efectos de la “revolución digital” en las comunicaciones, nos encontraríamos con cambios mucho más profundos entre el idioma chino que se utiliza hoy y el que me tocó empezar a estudiar a mediados de los años 70.
Al mismo tiempo, y como insisto cada vez que me refiero a esa realidad tan complicada que es China, donde nada es completamente blanco o negro, en medio de estos tremendos cambios idiomáticos, hay expresiones que siguen siendo iguales a las de los años de Mao. Así, por ejemplo, los discursos de los líderes son siempre “importantes discursos”; las bienvenidas son siempre “calurosas”; las visitas son en su mayor parte “amistosas”, y las reuniones se inauguran siempre de forma “solemne” y se clausuran de manera “victoriosa”.

Resultado de una charla dada en el Instituto Cervantes de Pekín en el año 2013
Publicado originalmente en "Reflexiones Orientales" en febrero del 2014

30 enero, 2014

Ya no quedan caballos en Beijing...

Un carro de carga tirado por caballos, avanzando por la avenida Chang´an frente a la Plaza de Tiananmen, era una imagen normal en el Beijing de mediados de los años 70, y es esa la imagen que me viene ahora a la memoria cuando, de acuerdo al calendario chino, entramos en el “Año del Caballo”.
Mucho se ha hablado y escrito sobre los cambios que han tenido lugar en el gigante asiático en las últimas décadas, y uno de los ejemplos más repetidos es el de las bicicletas; el del paso de una ciudad entera moviéndose sobre dos ruedas, a una gran metrópoli asfixiada en un permanente atasco de vehículos.
Poco o nada se menciona de los caballos, que llegaron a formar parte del paisaje urbano que pude ver en mis primeros años en la capital china; al igual que, no muchos años más atrás, lo fueron los camellos, aunque eso no pude vivirlo más que en la literatura y el cine.
Los carros de caballo eran un importante medio de transporte de carga que, junto con el mar de bicicletas, los autobuses, los camiones y los pocos automóviles con cortinas en sus ventanillas, formaban parte del caos en el tráfico de Beijing, a lo que se sumaban los gritos de los policías en las esquinas intentando, no sin mucho éxito, a través de altavoces y desde unas garitas altas, que alguien les hiciera caso.
En carros de caballo se transportaban productos agrícolas –coles chinas en invierno, sandías en verano-, carbón, ladrillos, piezas y maquinaria, y hasta vigas de cemento para la construcción. También se transportaba algo que era característico del Beijing de entonces: las materias fecales que, llevadas al campo, servían como abono para la agricultura.
Tener uno de esos carros de materias fecales delante, cuando uno iba en bicicleta, era una de las peores desgracias que nos podía ocurrir y que nos obligaba a acelerar al máximo nuestro ritmo de pedaleo, para poder pasarlos mientras aguantábamos la respiración.
En muchos casos, los carros de carga viajaban en caravanas, conducidos por campesinos que fumaban en unas largas pipas tradicionales, y que muchas veces –hasta hoy sigo sin entender cómo lo hacían- se echaban una siesta encima de la carga mientras los caballos avanzaban como un avión con piloto automático, sabedores del camino que tenían que seguir.
Yo venía, y vengo, de un país como Uruguay donde el caballo tiene un papel fundamental en nuestra historia, economía, literatura, cancionero, tradiciones y vocabulario, entre otros, al punto que figura en nuestro escudo nacional.
En China, o mejor dicho en Beijing, los caballos que encontré fueron los que en las calles tiraban de los carros de carga, los de las pinturas de Xu Beihong  o las reproducciones de las figuras de la Dinastía Tang, aunque sí es verdad que fue un animal que jugó un papel muy importante en diferentes períodos de la historia milenaria del país.
En el idioma chino, siempre me han gustado tres expresiones relacionadas con el caballo:  马上(“mashang”) que quiere decir “enseguida” y literalmente “a caballo”;  马马虎虎 (“mamahuhu”)literalmente “caballo-caballo-tigre-tigre” como sinónimo de “más o menos” o la de 坐马看花(“zuomakanhua”), literalmente “mirar las flores desde el caballo” para referirse a echar una mirada superficial a algo.
Los años han pasado, la ciudad y el país han cambiado, en algunos casos a una velocidad supersónica… y ya no quedan más caballos en Beijing.
Días atrás, sin embargo, no sé si fue el destino o qué, pero, casi sin querer, me “encontré” en el Templo Taoista “Dongyu” con un caballo falso, el llamado “caballo de jade blanco”.
Según la tradición, acariciar este caballo produce paz y tranquilidad, que se cumplan los deseos y aspiraciones y como se dice en este año nuevo “马到成功”, éxitos inmediatos. Al final le tomé unas fotos pero me fui sin acariciarlo…. Para mí, un caballo no puede ser de jade ni mucho menos llevar un lazo rojo….

Publicado originalmente en Global Aia

Texto completo en blog Reflexiones Orientales de Global Asia 

03 enero, 2014

Año Nuevo Chino, transporte y trenes

Una vez más nos acercamos al Año Nuevo Chino, y al igual que décadas atrás, lo que se conoce como “chunyun” (春运) (literalmente “transporte de primavera”, en los días previos y posteriores a la también llamada Fiesta de la Primavera), sigue siendo en estas fechas una de las noticias más importantes en los medios de prensa local, que no dejan de hablar de las dificultades/facilidades para comprar los billetes de tren o del problema de las reventas, entre otros.
Al igual que la Navidad o el Año Nuevo para los países occidentales y/o con influencia cristiana, la entrada del Año Nuevo Lunar –que este año será el 31 de enero- es la principal fiesta tradicional para millones de asiáticos. En el caso de China, décadas atrás, ésta era la única ocasión del año en que muchas familias, separadas por motivos laborales y administrativos, podían estar juntas.
Ahora las cosas han mejorado en este sentido (los matrimonios o parejas, en general no se ven obligados a vivir separados por motivos administrativos como ocurría entonces con frecuencia) aunque el movimiento de personas sigue siendo, sino el mismo, incluso mayor, no sólo en cifras absolutas, por obvias razones de crecimiento demográfico, sino en cifras relativas.
Están los universitarios que regresan en este período vacacional a sus hogares; el creciente número de ciudadanos del interior que se ganan la vida en las zonas urbanas trabajando en la construcción o en el sector servicios y que regresan a sus casas en el campo; las familias que vuelven a juntarse para pasar las fiestas, e incluso un número cada vez mayor de personas que decide aprovechar este período vacacional para hacer turismo dentro o fuera de China. Aunque oficialmente “sólo” son festivos siete días, en la práctica son millones las personas que aprovechan y se toman muchos más días.
Así, nos encontramos cada año, por estas fechas, con lo que es sin duda alguna el desplazamiento de seres humanos más espectacular del mundo, en un corto período de tiempo y por causas ajenas a la guerra o calamidades naturales.
Este año, que por cierto será el del Caballo, se ha decretado como período oficial del chunyun del 16 de enero al 24 de febrero, un total de cuarenta días; aunque en realidad todo el operativo relacionado con este gigantesco movimiento de personas ha comenzado hace ya semanas. A pesar de la modernización de las infraestructuras y de la logística, del uso de medios electrónicos modernos (en teoría se pueden reservar billetes por Internet o por teléfono, aunque en la práctica el sistema está ya saturado) las dificultades para conseguir un billete de tren siguen siendo muy grandes, y la demanda supera a la oferta como mínimo en dos millones de billetes al día.
Oficialmente, se estima que este año, durante el período del chunyun viajarán por tren un promedio de 5,88 millones de personas al día. Es como si toda la población urbana de Madrid y de Barcelona juntas se desplazara a la vez un día en tren; o como si todos los uruguayos, de dentro y fuera del país –aunque no creo que lleguemos a los 5,88 millones- se subieran un día al tren.
Mi primer viaje en tren en China fue a principios de 1976, desde Beijing hasta Shanghai, y durante muchos años ese fue mi principal medio de transporte dentro del país, incluso para cubrir distancias que ahora parecen cortas como la ruta Beijing-Tianjin.
Viajando en tren aprendí muchas cosas de este país, me divertí mucho, reconozco que también “sufrí”, pero fundamentalmente creo que sólo viajando en tren se puede ser consciente de verdad de dos características fundamentales de China, algo que en teoría todo el mundo conoce y es muy fácil de explicar pero difícil de sentir si no se vive en carne propia: lo numeroso de su población y la inmensidad de su geografía.
El acercarse estos días a cualquier estación de tren de China, a sus salas de ventas de billetes, a sus andenes, a sus “salas de espera”, escaleras, pasillos, es una de las más espectaculares y claustrofóbicas muestras de que se está en el país más poblado del mundo. Debo reconocer que llegué a pasar miedo en estaciones de tren rodeado  y “transportado” por una compacta masa de gente cargada con infinidad de bultos; y también he sentido pánico en estaciones de paso viendo cómo la gente intentaba entrar a los trenes por las ventanas.
También he disfrutado mucho de viajes cortos y viajes que han durado días y noches, observando el paisaje, mirando los rostros de los pasajeros, participando y siendo testigo de la vida diaria en un tren, con sus altavoces que desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche no dejaban de transmitir noticias, óperas, cantos, diálogos cómicos; mirando y escuchando lo que decían los pasajeros, lo que comían, cómo jugaban a las cartas, cómo podían dormirse en cualquier posición, hasta incluso de pie.
Las estaciones de tren, los viajes en tren eran en cierto modo, la forma más directa y clara de “convivir” con parte de la población local; de estar lo más cerca posible de una China “real” a la que no teníamos acceso en el día a día.
En los primeros años en Beijing, los extranjeros sólo podíamos viajar acompañados, en grupo, con un permiso especial, y únicamente en lo que normalmente se conoce como Primera Clase o Clase Preferente, pero que en China, en una cruda muestra de realismo y pragmatismo se llamaba “cama blanda” o “asiento blando” en contraposición a la Segunda Clase, que era la “cama dura” o el “asiento duro”.
Por suerte, al cabo de los años, se fueron flexibilizando las normas de viaje para los extranjeros, por lo que pude tener la experiencia de viajar en “cama dura”, “asiento duro” o incluso, en los trenes de paso, de pie o tirado en el suelo.
El largo de los trenes también fue una de las cosas que más me llamó la atención y que muestra la inmensidad demográfica china, si bien entonces no tenía un punto de referencia con el cual comparar más que lo que había visto en películas o fotografías. En realidad, creo que en lugar de darme cuenta de lo largo que eran y son los trenes en China, me asombré años después al ver lo pequeño que eran los primeros trenes que vi en Europa, algunos de ellos con sólo dos o tres vagones, cuando en China superan fácilmente la veintena.
Ahora las cosas han cambiado mucho en China, cada vez hay un mayor número de trenes más modernos, rápidos y cómodos, nuevas rutas, con aire acondicionado, wifi, mejores ofertas gastronómicas. Pero los problemas del chunyun siguen siendo los mismos que viví a partir de 1975, y que de alguna forma hacen que cuando miro algunos titulares de la prensa local me sienta como retornando en el túnel del tiempo.
Publicado originalmente en Global Asia
Entrada "Año Nuevo Chino, transporte y trenes" en Reflexiones Orientales de Global Asia

11 diciembre, 2013

Ábacos, calculadoras, tiendas chinas y contando con los dedos


Cuando hace unos días la UNESCO declaró el ábaco como Patrimonio Cultural “Inmaterial” (¿?) de la Humanidad me vinieron a la memoria mis primeros años en China y en especial el asombro y extrañeza que me causaron entonces las tiendas de Beijing.
Puede sonar raro, pero el entrar a una tienda, recorrerla, comprar cosas, fue una de las primeras experiencias más interesantes que tuve en China y en donde empecé a intentar aprender algo y comprender algo del país.  
De hecho, después de la llegada al Aeropuerto La Capital una noche del 7 de julio de 1975, al segundo día nos llevaron, en un auto con cortinas en las ventanas, como se estilaba entonces, a dar una vuelta por la ciudad que terminó en el famoso “Baiduodalou” de Beijing, los “Grandes almacenes” como decían entonces los traductores, y literalmente “Gran Edificio de Cientos de Productos”, la principal tienda de la capital china, en la más importante calle comercial de la ciudad, Wangfujing.
Durante el viaje en el auto no dejaron de asombrarme las bicicletas, la plaza de Tiananmen, los retratos de Mao, pero al fin y al cabo eso lo había visto ya en muchas revistas. Lo que vi en los grandes almacenes, sin embargo, y que luego se repetiría durante años en todo tipo de tiendas, fue una serie de cosas que, con mis 17 años, me causaron una impresión que aún recuerdo como si fuera ayer.
En primer lugar, me di cuenta, muerto de vergüenza en un principio y con una sensación casi de “estrella” de cine o de fútbol después –para qué negarlo- cómo todos nos miraban y la gente hacía círculos a nuestro alrededor observándonos de la cabeza a los pies. Y es que eran años en los que había pocos extranjeros y la población local miraba con ingenuidad y extrañeza a unos seres que, como en nuestro caso, les resultaban casi “marcianos”, en especial por lo largo de nuestras narices. (Ni qué decir si el extranjero era rubio, pelirrojo o de raza negra…)
La segunda impresión fue ver cómo el dinero que se pagaba y se devolvía era depositado en una bandeja pequeña, como de laboratorio u hospital, y manipulado con unas pinzas para que el vendedor o cajero no tuviera contacto físico con él. Aunque raro, lo entendí como una medida higiénica.
También una de mis primeras “lecciones de China”, al segundo día de llegar, fue aprender que ellos contaban del 1 al 10 con una sola mano, y me miraban con extrañeza y en algunos caso hasta miedo, cuando por ejemplo para pedir ocho caramelos extendía las dos manos hacia la cara del vendedor, una completamente abierta y la otra con los dedos anular y meñique cerrados.
Lo que más me llamó la atención, sin embargo, fueron los ábacos. Había un mínimo de dos o tres por mostrador, y emitían un sonido muy particular, no sólo cuando el vendedor los usaba para hacer sus cálculos, con una velocidad y destreza en los dedos dignas de un prestidigitador, sino cuando “jugaba” con ellos, lo cual era un fenómeno constante.
Admirador de “Les Luthiers” pensé que sería un instrumento ideal para el grupo argentino, aunque finalmente no sé si alguna vez llegaron a usarlo o no.
Esa “música” de los ábacos, que durante años sonó no sólo en tiendas, sino allí donde se cobraba dinero –restaurantes, peluquerías, hospitales y clínicas, ventanillas de venta de billetes, etc- fue durante décadas una de las cosas más típicas de China …. y más extrañas para mí.
Además, todos los ábacos eran iguales, todos del mismo tamaño, todos del mismo color …. con la única excepción de los ábacos de los bancos, que eran más largos, menos anchos y de color blanco.
Reconozco que nunca supe usar el ábaco, aunque con el tiempo aprendí a “leerlo” al revés, o sea antes de que el vendedor dijera la cifra, ya podía, desde el otro lado del mostrador, “adivinar” el monto que indicaba el ahora Patrimonio de la Humanidad.
Mis dos primeros años en China fueron de estudio del idioma, y cuando entré a la Universidad de Qinghua (o Tsinghua como se conoce también ahora), lo que usábamos ya era la regla de cálculo; ya que el ábaco aunque podía hacer “casi de todo”, no llegaba por ejemplo a los logaritmos, raíces cuadradas u otras operaciones más complicadas.
Entre los recuerdos del ábaco, una cosa que nunca dejó de llamarme la atención es que si por ejemplo compraba un producto de 1 Yuan y otro de 2 Yuanes, el vendedor siempre usaba el ábaco para sumar 1 + 2, para a continuación decir “son 3 yuanes”. Además, si pagaba 4 Yuanes con dos billetes de 2, el vendedor regresaba al ábaco para restar 4 – 3, para luego decir “le devuelvo un yuan”.
Hasta la “extinción” del ábaco como parte del paisaje de las tiendas o restaurantes, hubo un período de transición, de solape entre el ábaco y las calculadoras, eléctricas o electrónicas, período en el cual el que salía ganando siempre era el ábaco.
Así, volviendo al ejemplo anterior, una compra de 1 Yuan y otra de 2 Yuanes, primero se sumaba en la calculadora, y se obtenía el resultado de 3 Yuanes; sin embargo, el vendedor, tanto para cobrar como para dar el cambio, después de usar la calculadora, “volvía” al ábaco a comprobar si el resultado de la “modernidad” era el correcto.
Al final, la “modernidad” terminó venciendo y el ábaco se tuvo que retirar, esconderse en cajones, rincones o cajas de cartón, y en algunos casos terminando como elemento decorativo o de venta en tiendas de curiosidades.
China, Beijing, sus tiendas han cambiado mucho en las últimas décadas –y eso lo sabe hasta el que no haya viajado allí- y la decisión de la UNESCO me produce saudades de una época en que el ábaco era parte del mobiliario de las tiendas, donde aprendí que los chinos no contaban con las dos manos, que aparte del dinero existían los llamados “cupones de algodón” y “cupones de cereales”, que la unidad de peso era diferente, que entonces, en los años 70, las pilas usadas se devolvían para comprar nuevas, igual que se podían devolver los tubos de pasta de diente usados para comprar un tubo nuevo.
Las tiendas de China dan para esta y muchas más historias.
Publicado originalmente en Global Asia 

19 noviembre, 2013

Reflexiones invernales – Frío, calefacción y coles chinas en Beijing

Si hay algo que refleja por un lado los grandes cambios que han tenido lugar en China en las últimas décadas, y por el otro, cómo hay cosas que siguen siendo iguales, es la llegada y el paso de los inviernos, por lo menos en Beijing.
El pasado 15 de noviembre comenzó a funcionar la calefacción centralizada en Beijing. No parece a primera vista un acontecimiento destacable y merecedor de unas notas, pero es algo que se ha repetido de forma ininterrumpida desde el primer invierno que pasé en China, en 1975, y que siempre, como ignorando la transformación que ha tenido lugar en la República Popular desde entonces, ha estado rodeado de la misma “liturgia” política y mediática.
Tanto unos días antes; el mismo 15 de noviembre (siempre ha sido la misma fecha, independientemente del clima) como los días posteriores, la televisión y prensa escrita local dedican importantes espacios a las noticias relacionadas con este tema.
Aún hoy recuerdo la sensación, una mezcla de “vergüenza” y “privilegiado”, que tenía durante mis primeros inviernos en Beijing cuando nuestros conocidos o amigos chinos no dejaban de recordarnos que la calefacción para los llamados “amigos extranjeros” empezaba unos días antes que para los habitantes locales.
El carbón era entonces la única fuente de energía para la calefacción. Las instituciones grandes (por ejemplo las Universidades) tenían sus propias calderas, mientras que varias empresas municipales eran las encargadas de suministrar de forma centralizada agua caliente para los radiadores de viviendas en edificios y sedes de ministerios, organismos estatales y empresas.
Por último los millones de habitantes que vivían aún en casas bajas antiguas, derribadas ahora en su mayoría por lo que alguien en mi tierra llamó “la piqueta fatal del progreso”, combatían el frío con estufas individuales de carbón. Las casas no tenían chimeneas fijas en sus techos, y por eso al llegar el invierno se montaban unos tubos que empezando en las estufas salían a través de agujeros redondos en las ventanas.
Beijing se convertía en una ciudad con miles de hilos de humo saliendo de las casas bajas, y una atmósfera cargada, en todos los sentidos, de un carbón que se olía y se impregnaba en la ropa de sus habitantes.
Aparte de por las obvias razones meteorológicas, Beijing se transformaba completamente en invierno, era como otra ciudad.
Para empezar, y como para marcar oficialmente que pronto el frío sería el elemento predominante, el 1 de Octubre (fiesta nacional de la República Popular) la policía cambiaba sus uniformes, que pasaban del color blanco al azul. Eran los años en los que, a pesar de, o quizás como resultado del poco número de vehículos a motor y del caos de bicicletas, carros de caballo y peatones, era normal ver policías de tráfico en las esquinas de la ciudad. (La policía tenía entonces tres uniformes diferentes al año, dos de color banco –uno de manga corta y otro de manga larga- y uno de color azul –que se usaba entre el 1 de Octubre y el 1 de Mayo).
Al llegar noviembre ya se empezaba a notar el frío y en consecuencia cambiaba la vestimenta de la población, que salía a la calle con largos abrigos de algodón, mayoritariamente de color azul, y en menor medida del verde del ejército, con unas gorras que cubrían las orejas, manoplas en lugar de guantes, y los llamados “zapatos de algodón” de color negro.
Para combatir el frío, hombres y mujeres usaban calzoncillos largos en sus dos versiones: de algodón y de lana –estos últimos más gruesos- que a medida que avanzaba el frío se combinaban siendo la combinación “máxima” dos de algodón y uno de lana.
Entre lo largo y pesados que eran los abrigos de algodón, más el uso de los calzoncillos largos, gorros y manoplas, el andar en bicicleta no era una tarea fácil, y menos cuando había que pedalear con el viento en contra o con nieve.
Para alguien que, como era mi caso, había considerado siempre a diciembre como sinónimo de verano, vacaciones y playa, el invierno de Beijing no dejaba de tener su encanto, en especial cuando nevaba (muy pocas veces al año, para mi pesar), o cuando uno podía caminar sobre los lagos congelados del Palacio de Verano o, en nuestro caso, del Parque de los Bambúes, que nos quedaba más cerca de casa.
Asombraba mucho, aparte de los cambios ya comentados en la vestimenta de la gente, ver cómo se ponían telas guateadas encima de la parte delantera de los camiones, o de los autobuses, para evitar que se congelaran los motores.
Esas telas guateadas se colgaban también en las puertas de tiendas y oficinas para intentar tapar la entrada del aire gélido, y aún hoy pueden encontrarse en algunos edificios de Beijing.
También me asombré al ver cómo en pleno invierno y con muchos grados bajo cero, se vendían y la gente comía helados de hielo….
Junto con la llegada de la calefacción del 15 de noviembre, el otro elemento más importante en la vida diaria de los habitantes de la ciudad, era la campaña de transporte y distribución de lo que se conocía como “col china” o 白菜.
Los 70 eran años en que la fruta o verdura que se comía era de temporada, y la única verdura disponible en el helado invierno de Beijing era la col china. Decenas de camiones del ejército, y cientos de tractores, entraban en invierno a la capital transportando toneladas y toneladas de col china, que luego era distribuida entre las entidades de trabajo, universidades e individuos. La gente almacenaba las coles donde podía, y si lo hacían en el exterior de sus casas, por ejemplo en los balcones, tenían que taparlas con especies de edredones de algodón para evitar que se congelasen.
Eran muchos meses donde la col china era lo único “verde” que se podía comer en Beijing.
Garantizar la calefacción a partir del 15 de noviembre, el suministro de carbón, y el abastecimiento de la col china era tarea prioritaria para el Alcalde de Beijing (normalmente entonces miembro del Buró Político del Partido Comunista) y su equipo de gobierno, y eran las noticias, que con todo lujo de detalles, daban los medios de prensa a la población.
Con excepción de la temperatura, la figura de los árboles, o los pocos días de nieve, el Beijing de hoy no experimenta en invierno la gran transformación que se vivía en los años 70; aunque hoy, al igual que entonces, el 15 de noviembre, con la llegada de la calefacción, es un día clave para los habitantes de la capital china.
Publicado originalmente en Global Asia

18 octubre, 2013

Fútbol chino - sueños y decepciones


A veces parece que hay cosas que no cambian nunca. Es lo que pasa, por ejemplo, con el caso del fútbol en “mis dos Orientes”.
En la República Oriental del Uruguay, a pesar de la alegría de volver a ganarle días atrás a Argentina, nos tocará volver a sufrir para clasificarnos para un mundial de fútbol, donde también seguramente volveremos a hacer las hazañas que han hecho grande al fútbol de un país pequeño.
En China, mi “otro oriente”, la frustración y el enfado han vuelto a los cientos de millones de aficionados que ven cómo, tras no haberle podido ganar a Indonesia, su selección nacional corre el riesgo de no poder clasificarse para la Copa Asia, después de haber perdido una vez más la posibilidad de estar en un mundial de fútbol, esta vez el de Brasil.
Y hoy al igual que hace casi cuarenta años, cuando digo que soy uruguayo, me siguen preguntando en China cómo y por qué un país con una población menor a la de un distrito de Beijing, fue dos veces campeón del mundo, dos veces campeón olímpico y sigue destacando en el fútbol mundial donde ocupa el puesto 6 en el ranking de la FIFA, mientras que China está en el 97.
Desde que llegué a China en 1975, como buen uruguayo me interesé por el fútbol y vi que era un deporte que ya en esos años empezaba a levantar pasiones en el país asiático, aunque, como en todos los aspectos de su vida política y social, aquí también teníamos y tenemos un fútbol con “características chinas”.
En mis primeros años en Beijing, el fútbol, al igual que los otros deportes, se regía bajo los principios de “Primero la amistad, luego la competencia” (友谊第一比塞第二), la cita de Mao Zedong que figuraba en todos los estadios del país. Eso no impedía, sin embargo, que se jugara con fuerza y en algunos casos dureza, cuando la selección china de fútbol se enfrentaba con la de los países “amigos”, como Corea del Norte, Rumanía o Albania.
Otra cosa que me resultó “extraña” es que no existía la palabra “gol” con la misma fuerza con que la podemos sentir o la pueden transmitir nuestros relatores de radio y televisión. En lugar de ello, la expresión era “entró la pelota”, o “la pelota entró, entró”, que siempre me ha parecido muy “descafeinada”.
A medida que iban pasando los años, que China se iba abriendo al extranjero, que por la televisión se podían ver cada vez más partidos, mayor era el interés y la admiración del público por el fútbol y, al mismo tiempo, su decepción y frustración por los pobres resultados de su selección.
Entonces se decía, aunque en español suene mal, que China era buena en las “pelotas pequeñas” (ping pong o bádminton) y mala en las “pelotas grandes” (fútbol, voleibol y basquetbol).
Las “pelotas pequeñas”, sin embargo, no daban la fama y el prestigio internacional que las “pelotas grandes”, aparte de que un deporte como el ping pong no es un espectáculo de masas.
Por suerte para los habitantes del país, a mediados de los años ochenta la selección femenina de voleibol comenzó una triunfadora racha de títulos mundiales bajo el liderazgo de Lang Ping, conocida como “el martillo de hierro”.
Entonces, para tristeza y vergüenza de la población masculina, se empezó a decir –y aún hoy se sigue diciendo- que las mujeres chinas son mejores que los hombres en muchas disciplinas deportivas (por ejemplo el voleibol, el tenis, la natación, el fútbol femenino, etc.)
En su afán por intentar que su fútbol “salga de Asia y entre en todo el mundo”, como dicen en chino, las autoridades han probado casi todo. Se han contratado entrenadores extranjeros para la selección y clubes –el último caso, que terminó en fracaso, fue el del español José Antonio Camacho para la selección nacional-; se estableció una Liga de fútbol, que estuvo paralizada hasta hace poco debido a los grandes escándalos de corrupción relacionados con apuestas deportivas; los clubes contratan jugadores extranjeros; se han enviado niños chinos a entrenarse en países como Brasil; se han hecho acuerdos de cooperación con clubes extranjeros y un largo etcétera.
Todo ha sido en vano, la gente se siente decepcionada –algunos han llegado a plantear que China suprima oficialmente el fútbol como deporte nacional- y en muchos casos humillada. No entienden cómo un país que ha llegado a ser ya una potencia en muchos aspectos políticos, económicos y sociales, no pueda ser capaz de tener una selección nacional de nivel mundial.
“Si es que hasta Corea del Norte ha estado en el mundial de fútbol y además sin hacer el ridículo” se lamenta la gente que ahora ve que China corre el riesgo de no estar en una Copa de Asia por primera vez desde 1976, si no gana sus próximos dos compromisos.
En definitiva, que el fútbol chino no sólo no ha progresado a pesar de todos los esfuerzos y voluntades, sino que corre el riesgo de retroceder a donde estaba hace cuatro décadas atrás.
El “sueño chino” que quiere impulsar el actual Presidente de la República y Secretario General del Partido Comunista, Xi Jinping, incluye una China con una selección de fútbol fuerte y de nivel internacional. Xi está considerado, al igual que el Primer Ministro Li Keqiang, un gran aficionado al fútbol.
Recientemente, desde Hong Kong, algunos medios de prensa han llegado incluso a proponer el nombramiento de Xi Jinping como Presidente de Honor de la Asociación China de Fútbol.
Como, por suerte para países como Uruguay, el fútbol aún sigue teniendo mucho de tradición, y no todo el dinero o poderío del mundo sirven para crear un buen equipo, me temo que lamentablemente a mi “otro oriente” aún le queda un largo camino por recorrer.
Mientras tanto, mientras espero que Uruguay pueda ganarse contra Jordania el derecho a estar el próximo año en Brasil, habrá que seguir con atención cuál será el desenlace final si es que China al final no puede clasificarse para la Copa de Asia.
Publicado originalmente en Global Asia