27 agosto, 2013

Los “efectos secundarios” de los avances tecnológicos en el idioma chino

El pasado mes de mayo, en una de mis entradas en este blog, reflexionaba sobre el impacto positivo de la tecnología moderna –en especial la informática y la telefonía móvil- en el aprendizaje del idioma chino, así como para su uso en la difusión de conocimientos e información.
También mencionaba al final del artículo que, sin embargo, un aspecto negativo del uso y abuso de las tecnologías modernas era la pérdida de capacidad para escribir a mano.  (Ver “La revolución tecnológica y su impacto sobre el idioma chino” )
Si la “revolución digital” que estamos viviendo ha contribuido y está contribuyendo a facilitar el aprendizaje y uso del idioma más hablado del mundo, así como el acceso a la cultura y a la información para cientos de millones de personas, también hay que ser conscientes de lo que podríamos calificar como sus “efectos secundarios”, principalmente en dos aspectos: los problemas de ortografía entre las nuevas generaciones y los peligros para la caligrafía,  una de las muestras de arte más tradicionales de China.
Recientemente, el China Daily se hacía eco de este fenómeno negativo y se refería a lo que llamaba “amenaza” para los caracteres chinos en la era digital  (Ver artículo).
Veamos en primer lugar el caso de la escritura. En el idioma chino la caligrafía (书法) es un arte, igual de o más importante que la pintura, por ejemplo. Tener una buena caligrafía, siempre utilizando el pincel, y componer poesía, eran virtudes apreciadas y necesarias para destacar en todos los campos de la sociedad.
El mismo Mao Zedong, mientras luchaba contra varios de los legados culturales de la que entonces se llamaba “vieja China”, sin embargo nunca dejó de escribir con pincel, de componer poesía al estilo tradicional chino, y de hacer inscripciones de puño y letra tanto de consignas políticas como de nombres de monumentos, edificios y lugares emblemáticos del país.
Entre sus caligrafías más conocidas y difundidas están los cinco caracteres de la frase “Servir al pueblo” (为人民服务). Cualquier turista que visite Beijing podrá ver aún en la fachada de la Estación de Tren de Beijing (no confundir con las otras nuevas estaciones de tren, como la estación del Norte o la estación del Sur) en el centro de la ciudad, los tres caracteres 北京站 (estación de Beijing) escritos por Mao.
Esa costumbre del fundador de la República Popular fue seguida por algunos de los dirigentes posteriores a su época. El primero fue Hua Guofeng, quien al final de su corta vida política como sucesor de Mao, fue criticado por querer impulsar un nuevo “culto a la personalidad”  y dedicarse precisamente a hacer inscripciones en los lugares que visitaba o inauguraba.
El  considerado como “arquitecto de la reforma china”, Deng Xiaoping fue también muy aficionado a la caligrafía y utilizó algunas de sus inscripciones como arma política para lanzar mensajes tanto para consumo interno como internacional. El hecho de escribir una inscripción en un lugar determinado o sobre un lugar determinado era una muestra de apoyo a ese lugar y a las políticas de ese lugar. Eso ocurrió por ejemplo en 1984 durante su famoso viaje a la Zona Económica Especial de Shenzhen, donde escribió una inscripción que significó un respaldo e impulso a la política china de apertura al exterior.
Los dirigentes de la historia más reciente de China fueron abandonando esa práctica hasta que en el año 2012 el Partido Comunista prohibió expresamente a los miembros del Buró Político hacer ningún tipo de inscripción pública de puño y letra.
Según el citado artículo del China Daily existe preocupación en la Asociación China de Calígrafos de que ese arte desaparezca en medio de la “revolución digital”. Dicha preocupación sería compartida por las autoridades del país y en este sentido el periódico menciona una instrucción del Ministerio de Cultura del año 2011 para que en todas las escuelas primarias de China se den clases de caligrafía una vez a la semana, así como para que cursos similares se den en instituciones superiores de enseñanza. Sin embargo, la falta de profesores estaría imposibilitando la aplicación completa y normal de esa norma.
Como ya indicamos, el otro “efecto secundario” de estos avances tecnológicos es el de los problemas de ortografía. Aquí, podemos encontrar alguna similitud con lo que está pasando con el español, aunque el caso del chino es mucho más grave.
La facilidad para “escribir”, o mejor dicho reflejar en escrito caracteres chinos por medios electrónicos, los correctores automáticos de ortografía, está generando una especie de “analfabetismo parcial” (no sé si el término es el más correcto, pero quiero definir la capacidad para leer y para escribir por medios digitales, pero la incapacidad para escribir a mano) entre las nuevas generaciones chinas que, sin la ayuda de un ordenador o un teléfono móvil, tienen cada vez más dificultades para escribir con un lápiz y un papel y sin faltas de ortografía.
En el idioma chino los problemas son exponencialmente mayores que en el caso del español. Mientras que en la lengua de Cervantes los posibles errores estarían “limitados” a confusiones entre la “v” y la “b”; la “c”, “s” o “z” o el uso de la “h”, en el chino nos encontramos con un idioma sin alfabeto, con un número casi ilimitado de caracteres formados por diversas combinaciones de trazos, cuyo aprendizaje y uso depende casi exclusivamente de la memorización y de un uso periódico.
En mi anterior entrada ya citada, hacía mención a que “Aparte de los innumerables cursos y diccionarios on-line, y de otras herramientas de utilidad,  ahora muchas veces “basta con” reconocerlos caracteres, aunque uno nos lo pueda escribir de memoria. Por ejemplo, para escribir Beijing (北京) basta con escribir su nombre en pinyin (la romanización fonética del chino), o simplemente poner las letras “B” y “J” juntas, y aparece por defecto la palabra北京.”
Por suerte, los teléfonos y tabletas más modernos incluyen la posibilidad de escribir caracteres en la pantalla, y que el dispositivo los reconozca, lo cual permitiría seguir practicando la escritura de caracteres y aprovechando al mismo tiempo las ventajas de la “revolución digital”.
Al mismo tiempo, como indica el China Daily, los padres comienzan a ser conscientes del problema y algunos envían a sus hijos a escuelas de caligrafía.
Así pues, para bien o para mal, los efectos de la “revolución digital” en el idioma y en la cultura china son de una profundidad y complejidad que, por las mismas características de su lengua, sobrepasan de lejos a los que podemos encontrar en el español.
Publicado originalmente en Global Asia

29 julio, 2013

Messi, marcas chinas, empresas chinas y demás

Recientemente muchas personas seguramente se han asombrado al ver a Leo Messi haciendo publicidad sobre una aplicación para teléfonos y tabletas, llamada “WeChat”, un programa parecido –pero gratis y con muchas más funciones- al popular “WhatsApp”.
 
No sé si mucha gente sabe que “WeChat”, el producto anunciado por Messi, es un programa desarrollado por una empresa china, Tencent (腾讯), fundada en 1998 y actualmente la empresa de Internet más grande de China por capitalización.
 
“WeChat” se ha transformado ya en la aplicación más popular dentro de China, no sólo para los habitantes del país, sino para la ya numerosa y creciente comunidad de residentes extranjeros.
 
En la publicidad que protagoniza el futbolista argentino del F.C. Barcelona, y que se está dando a conocer a nivel global (el anuncio tiene versiones en diversos idiomas ), sin embargo, no hay ninguna mención a China.
 
Es un hecho que las marcas con nombres chinos o identificadas con China, han generado muchas veces entre los consumidores y establecimientos comerciales del mundo diferentes grados de dudas, temores y suspicacia.
 
Esta situación está cambiando en los últimos años.
 
Por un lado tenemos empresas con “nombres chinos”, como Huawei o Haier, que después de muchos años de esfuerzos están empezando a destacar en los mercados internacionales, incluso en los más desarrollados.
 
Huawei es una empresa dedicada a las telecomunicaciones, mientras que Haier fabrica electrodomésticos.
 
Los recursos destinados a publicidad no han sido ajenos a esta mejora de posición de sus marcas. Huawei, por ejemplo, auspició en la pasada temporada algún partido del Atlético de Madrid.
 
En América Latina, por otro lado, las marcas de automóviles chinos (como Chery o BYD, entre otras) ya son muy conocidas en muchos países de la región, donde además tienen una posición creciente en alguno de sus mercados.
 
Por último, tenemos también el caso de empresas chinas que han adquirido empresas extranjeras, sin haber cambiado las marcas de las mismas.
 
Es por ejemplo el caso del fabricante de automóviles Volvo, actualmente propiedad de la empresa china Geely.
 
Otro caso reciente es el de Campofrío, importante empresa española en el sector de elaborados cárnicos. El principal accionista de Campofrío es en la actualidad la empresa china Shuanghui quien adquirió la participación que Smithfield Food, de Estados Unidos, tenía en la empresa española.
 
El consumidor occidental, sin embargo ¿relaciona a Campofrío, a Volvo o a WeChat con China? ¿Cuántos consumidores saben que Huawei es una empresa china?
 
La realidad es que cuando se menciona el nombre de China y sus empresas, por lo menos hasta hace muy poco tiempo, sólo se pensaba en los restaurantes chinos, en las tiendas de productos baratos, o en los productos de industria ligera y textiles.
 
Al igual que el país, sin embargo, las cosas están cambiando también de una forma espectacularmente rápida en lo que tiene que ver con las empresas chinas y sus productos.
 
Estos recientes acontecimientos demuestran, entre otras cosas:
 
a) El crecimiento de la presencia empresarial china en los mercados internacionales va en constante aumento y la tendencia no hace más que aumentar y extenderse poco a poco a casi todos los sectores de la vida económica y social.
 
En los últimos años, muchas de las grandes operaciones chinas en el mercado internacional han tenido relación directa con el gas y el petróleo o la minería, sectores de alguna manera alejados del día a día del consumidor.
 
El cambio, ahora, es que están llegando directamente a los escaparates de las tiendas, a la vida diaria de las familias, de los jóvenes.
 
Contrariamente a lo que se dice con frecuencia, parte importante del éxito de estas empresas no está en la competitividad salarial, sino, entre otros, a los recursos destinados a investigación y desarrollo.
 
b) Ya se ha dicho en reiteradas oportunidades que el proceso de internacionalización de las empresas chinas, tiene rasgos similares a los seguidos por Japón y por Corea. (Los menos jóvenes recordarán la entrada de los coches japoneses, y más tarde de los coreanos, en los mercados occidentales). Al principio también se desconfiaba de la calidad del “Made in Japan” y al final se llegó a tener a empresas japonesas controlando estudios de Hollywood o de producción musical, entre otros.
 
En el caso de Corea tenemos empresas como LG o KIA que no todo el mundo en Occidente relaciona con ese país asiático. El fabricante de automóviles KIA además utiliza la figura del tenista español Rafael Nadal en su publicidad. En este contexto, ¿puede ya asombrarnos que una empresa china use a Leo Messi para anunciar sus productos?
 
c) Las empresas chinas están demostrando que están dispuestas a destinar millonarias sumas de dinero en publicidad y promoción comercial, cuentan con los recursos económicos suficientes, y lo están haciendo en muchos casos con “medios” occidentales y con herramientas occidentales.
 
Para terminar, y pidiendo disculpas por auto-citarme, me gustaría volver a recordar un artículo escrito en el 2007 y recuperado en diciembre pasado, titulado “China nos importa, China nos afecta”. Creo que cada día que pasa, el artículo adquiere una nueva actualidad.


Publicado originalmente en Global Asia
Pinche en el siguiente enlace para ver el artículo “China nos importa, China nos afecta”http://blogs.globalasia.com/china-reflexiones-orientales/china-nos-importa-china-nos-afecta/

15 julio, 2013

Recuperando recuerdos de una China de hace casi cuatro décadas

El 7 de julio se cumplieron treinta y ocho años de mi llegada a Beijing, junto con mis padres –Berta y Vicente- y mi hermana Laura, y me gustaría recuperar un artículo que años atrás escribí en Global Asia, donde recordaba algunos aspectos de la China de entonces y la comparaba con la del país actual. Creo que dicho artículo sigue manteniendo su actualidad, y si en algo se ha quedado “viejo” ha sido en algunos datos sobre China. Por ello he decidido realizar unos muy pequeños cambios y reproducirlo a continuación
 
El DC-8 de Swissair aterrizó en Beijing un lunes 7 de julio de 1975 poco después de la 7 de la tarde. El vuelo SR316 había salido de Zúrich el domingo anterior y llegaba a la capital china después de un viaje de cerca de 20 horas con escalas en Ginebra, Atenas y Bombay, aunque en realidad el viaje había empezado cuatro días antes en Buenos Aires.
 
Un calor húmedo y pegajoso, y un retrato de Mao, en el edificio de arquitectura soviética de la terminal del Aeropuerto “La Capital”, fueron los primeros en recibirnos en China, y ese fue el comienzo de un contacto directo con el país más poblado del planeta que se mantiene hasta la actualidad.
 
Hoy, treinta y ocho años después, cuando cualquier vuelo desde alguna de las principales ciudades europeas es directo y dura menos de la mitad que aquel viaje de Swissair, el calor húmero y pegajoso de Beijing en julio y el nombre de su aeropuerto son prácticamente lo único que no ha cambiado desde entonces en la ciudad. Y es que, al igual que su aeropuerto ya no es el mismo, muy poco es lo queda hoy de la China y del Beijing de entonces.
 
La China del 75 era la de los años finales de Mao –quien fallecería en septiembre del año siguiente- y la que acababa de rehabilitar a Deng Xiaoping, quien volvería a caer en abril del 76 hasta su retorno definitivo en 1978.
 
Aunque suene a tópico, era también la China de las bicicletas porque, en realidad, lo que veíamos era todo un país en bicicleta. En bicicleta se movían sus habitantes (solos, con sus amigos, sus parejas o sus hijos), y se transportaban las cosas: en jaulas metálicas adosadas a las bicicletas los campesinos llevaban cerdos, gallinas o patos vivos; en triciclos se llevaba todo tipo de carga, desde carbón en invierno, hasta sandías en verano.
 
En bicicleta había que moverse todo el año, en el calor asfixiante del verano de Beijing, aliviado cada tanto por las tormentas de julio y agosto, en el frío bajo cero y con la nieve del invierno, y pedaleando contra los fuertes vientos de la primavera, siempre llenos de tierra.
 
Las bicicletas, luchando de forma caótica con los pocos coches que había en la ciudad –todos ellos con cortinas en sus ventanas- eran parte del paisaje y, con sus chillones timbres, del sonido de la ciudad. Una ciudad que se levantaba cada día a las 6 de la mañana con los acordes de “El este es rojo”, la gimnasia colectiva al aire libre –en verano y en invierno- y las noticias oficiales de las 06:30h difundidas por los altavoces de las comunas, fábricas, escuelas, cuarteles del ejército, oficinas y todo lo que se conocía como la “danwei” (la unidad de trabajo).
 
En el ámbito internacional era una China que seguía luchando para romper el aislamiento a la quería someterla parte de la comunidad internacional, que al mismo tiempo no podía vivir sin ella. Mao recibía en el 75 a jefes de Estado y de gobierno no sólo de países aliados sino al Presidente Gerald Ford de Estados Unidos en diciembre, o un mes antes al canciller alemán Helmut Schmidt, mientras que Deng Xiaoping acababa de visitar Francia en primavera.
 
Hacía apenas cuatro años que la República Popular había sido aceptada en las Naciones Unidas pero, por ejemplo, no podía prepararse para los Juegos Olímpicos de Montreal del 76 porque aún no era aceptada en el Comité Olímpico Internacional. Desde entonces, he podido ser testigo de acontecimientos de tremenda repercusión en la historia china y mundial. Hoy, cuando Beijing ya ha organizado con éxito unos Juegos Olímpicos, los cambios y el desarrollo de China han sido tan impresionantes que podemos decir que en muchos aspectos estamos hablando de otro país.
 
La prensa lleva ya años hablando del espectacular desarrollo que está teniendo lugar en la República Popular. Podríamos dar una larga lista de cifras impresionantes para demostrar la magnitud de uno de los procesos de cambio económico y social más importantes de la historia reciente de la humanidad, máxime si tenemos en cuenta el corto plazo de tiempo en que se está produciendo y que tiene lugar en el país más poblado del mundo.
 
También podemos leer con frecuencia los aspectos más “anecdóticos” de este cambio de China: la desaparición del mal llamado “traje Mao”, la progresiva extinción de las bicicletas de sus paisajes urbanos, la modernidad de sus nuevos edificios e infraestructuras o la creciente presencia de tiendas, instalaciones y marcas internacionales en todo su territorio. Todas esas estadísticas, impresionantes pero frías, todos los cambios anecdóticos son incapaces de reflejar el cambio tan profundo que ha experimentado el país y, sobre todo, sus repercusiones en el mundo actual.

China no es sólo ya la segunda economía y la primera potencia comercial del mundo, sino que es también una potencia espacial y líder mundial en muchos sectores de la industria y la ciencia y la tecnología. El crecimiento, la fuerza, el dinamismo de China no sólo los vemos en la economía, sino que lo podemos encontrar en la música, en el cine y en el arte en general. Más allá de los detalles anecdóticos, de la vestimenta, de las bicicletas o de la fisonomía de sus ciudades, el cambio de China ha sido tan profundo en muchos aspectos que ha afectado desde al idioma hasta a muchas de las costumbres del país.
 
Aunque el idioma obviamente sigue siendo el mismo, ahora se habla de forma muy diferente que hace tres décadas atrás. La gente se saluda diferente (no es sólo que la palabra “camarada” haya desaparecido prácticamente del vocabulario, o tenga ahora otras connotaciones; es que en los años 70 “¿Has comido?” era una de las primeras preguntas que se hacía la gente cuando se encontraba), y los verbos y los nombres de tantas cosas han cambiado (las palabras “hotel”, “restaurante”, “baño”, “peluquería”, “autobús”, “refresco”, “la cuenta”, “tienda” y un largo etcétera) tanto que una persona que haya estudiado chino en los 70 y vuelva ahora a Beijing puede encontrar verdaderas dificultades para comunicarse.
 
También ha desaparecido una larga serie de objetos que formaban parte del paisaje y de la vida del país. Los coches –que ahora inundan las calles de las grandes ciudades- ya no tienen cortinitas en sus ventanas; los autobuses ya no llevan altavoces para gritarle a los ciclistas y peatones que se aparten, y las escupideras han dejado de formar parte del mobiliario oficial, al igual que las tarteras de aluminio o los termos gigantes.
 
Este espectacular desarrollo, esta tremenda modernización, ha sido –como toda la historia de este país- un proceso “con características chinas”. Así fue la revolución de Mao y así han sido todas las etapas vividas desde la fundación de la República Popular China hasta el presente. La modernización, y en algunos casos “occidentalización”, que se puede observar hoy en muchos aspectos de la vida china –como, por ejemplo, en costumbres y hábitos de consumo- no deja de tener sus peculiaridades y sus características chinas.
 
Por ello, y detrás de los gigantescos cambios, siguen coexistiendo elementos que nos hacen recordar, aunque en otro entorno, a la China de hace 38 años como si estuviésemos viendo unremake de una vieja película, donde el libreto es el mismo pero el escenario es más moderno. China, en el fondo, sigue siendo una gran desconocida para gran parte del mundo exterior, a pesar de Internet y de lo que han avanzado las comunicaciones.
 
Es un país difícil de entender y más de predecir, aunque en teoría fácil de analizar a posteriori por el cada vez mayor número de seguidores de su actualidad; un país en el cual hay que seguir leyendo entre líneas, analizar los gestos y los símbolos; un país aún rodeado de mucho misterio, protocolo y lo que podríamos considerar una “liturgia” estricta e inmutable a pesar de las décadas transcurridas.
 

Publicado originalmente en Global Asia

19 junio, 2013

Extranjerismos en el idioma chino; “chinismos” en el español

La prestigiosa publicación “The Economist”, en uno de sus blogs –“Johnson”, dedicado al lenguaje- se preguntaba  hace una semanas por qué, después de más de 35 años de crecimiento y fortalecimiento “astronómico” de China, casi ninguna palabra de su idioma había sido adoptada por el inglés. Me permito recomendar su lectura, a todos aquellos interesados en la lengua más hablada del mundo.(La entrada del blog puede ser consultada en el siguiente link): Blog Johnson – The Economist 
Es un tema para reflexionar. Nosotros nos podríamos preguntar: ¿cuántas palabras chinas han sido “adoptadas” en el español? , ¿cuántas palabras extranjeras encontramos en el idioma chino?
Analizando el caso del inglés, el artículo de la revista británica indicaba que quizás algunas de las muy pocas aportaciones chinas a la lengua de Shakespeare han sido palabras como Kung Fu, Tai Chi, Feng Shui, o más recientemente “guanxi”, aunque francamente creo que sólo las personas muy interesadas y/o relacionadas con China conocen su significado y pueden usar ese vocablo.
Una de las razones de esta falta de palabras chinas en el inglés, analiza el artículo, podría ser el que la apertura y fortalecimiento de China han sido algo “nuevo” y quizás habría que esperar otros veinte años más para encontrar un cambio relevante en la situación.
Para el autor del blog, algo parecido ocurrió con Japón; la influencia y uso de palabras de origen japonés en el inglés comienza sólo después de décadas de desarrollo económico de ese país asiático. Curiosamente, algunas de ellas vienen del chino, como por ejemplo “Tofu”.
La mía no es la opinión de un filólogo o experto en la materia, pero creo, asumiendo el riesgo de equivocarme, que aparte del factor del desarrollo económico, estamos hablando de un fenómeno que se puede aplicar a casi toda Asia, y una de sus causas, aparte de la falta de contactos y conocimiento mutuo entre Occidente y el continente asiático, es también la falta de grandes procesos migratorios  a y desde Asia.
Veamos, por ejemplo, el caso de Corea del Sur, una de las mayores economías del mundo y un país cuyas empresas tienen una fuerte e importante presencia hasta en el último rincón del Planeta, más que China, y me atrevería a decir, más que Japón en la actualidad. Sin embargo, ¿cuántas palabras provenientes del coreano encontramos en Occidente, aparte de los nombres de marcas como Samsung, Daewoo, LG o KIA, por ejemplo?
Con el español tenemos una situación similar al inglés. Hay algunas palabras japonesas muy conocidas, como “tsunami”, por ejemplo;  otras menos en chino y prácticamente ninguna en coreano, vietnamita o muchos de los otros idiomas de la región.
Entre algunas de las palabras provenientes del chino, encontramos por ejemplo, charol, tofu, feng shui, kung fu, ginseng , lichis o tofu. También tenemos otras que no son extranjerismos, pero que tienen que ver con China, como por ejemplo “Maoísmo”, “Confucianismo”, “mandarines” o “Pekinés”.
Más que un motivo económico, considero que se trata más bien de un tema cultural, histórico y sociológico.
Es interesante, a su vez, ver cómo en el idioma chino, a diferencia del japonés, los extranjerismos son también muy pocos. En este caso, aparte de los factores culturales, históricos y sociológicos, existen motivos idiomáticos.
El chino es un idioma que, sin alfabeto, puede asumir con relativa “facilidad” palabras/ideas/conceptos extranjeros y transformarlos a través de sus caracteres o ideogramas a su vocabulario,  a diferencia del español donde  estamos muy influenciados por el inglés, en especial en lo que tiene que ver con palabras relacionadas con la tecnología moderna.
Por ejemplo, un “móvil” o “celular”, es en China un “teléfono de mano (” 手机”), un SMS es un “mensaje corto” (短信), un ordenador  o computadora es un “cerebro electrónico” (电脑), o un avión una “máquina voladora” (飞机).
Los pocos extranjerismos que vemos en el chino, vienen por ejemplo de alimentos  (“chocolate”, “café”) cuyo significado es casi imposible de transformar en una idea;  de aparatos/equipos como “moto”; o de temas culturales como “tango”.
Un caso interesante es el de las siglas. Por ejemplo, el chino siempre ha tenido traducciones “fáciles”  para organismos internacionales (como FMI), o conceptos como Producto Interior Bruto (PIB), Índice General de Precios (IPC), u otros.
En los últimos años, sin embargo, y en el proceso de “extranjerización”/”occidentalización” de  la sociedad china, vemos cada vez con mayor frecuencia el uso de siglas en inglés con IMF (para Fondo Monetario Internacional), GDP (para Producto Interior Bruto), o CPI (Índice de Precios al Consumo).
Mucha gente, en especial aquellos de mediana edad o más veteranos, no entiende ni está de acuerdo con el uso de esas siglas, cuando en el chino siempre han existido palabras para definirlas claramente.
No soy de los que creen que en las próximas décadas el desarrollo de China estimulará el uso de sus vocablos en idiomas como el español. Sí es verdad, que al igual que en caso de Corea del Sur, y en menor medida de Japón, cada vez nos acostumbraremos más a palabras como “Huawei” o “Haier”, marcas chinas de productos con una presencia cada vez más global.
Publicado originalmente en Global Asia

29 mayo, 2013

La revolución tecnológica y su impacto sobre el idioma chino

Ahora que el idioma chino está tan de moda en el mundo, creo que vale la pena reflexionar sobre las grandes ventajas e influencia que la tecnología moderna, en especial la informática, han tenido en los últimos años para la difusión y facilitación de su aprendizaje, tanto dentro como fuera de China.
Si la informática, internet y la telefonía móvil han favorecido a nivel global las comunicaciones, facilitando y acelerando la transmisión de información y conocimientos, en el caso del idioma chino las ventajas han sido y son inmensamente mayores y más profundas en relación con las que están teniendo lugar en el mundo occidental.
La razón es muy sencilla: el idioma chino no tiene un alfabeto y por ello su aprendizaje, en particular su escritura, siempre ha dependido de la memorización. Esta característica además impedía la existencia de máquinas de escribir personales, por lo que hasta no hace muchos años todo tenía que escribirse y corregirse a mano, antes de ser entregado a las imprentas o máquinas de escribir profesionales de las universidades, oficinas y demás centros de trabajo.
Hasta prácticamente los años 90 del siglo XX la no existencia de máquinas de escribir personales en chino, y de medios adecuados de comunicaciones, ralentizaba toda la creación literaria y científica, y dificultaba enormemente su difusión.
Mientras que en los años 70 u 80 no era raro que un estudiante en Occidente tuviese acceso a una máquina de escribir portátil, en mi caso tuve que estudiar durante siete años mis dos carreras en China escribiendo todo a mano.
Las dificultades del idioma chino, en especial de su escritura, fueron consideradas desde principios del siglo XX por algunos intelectuales como una de las causas del atraso y la debilidad del país asiático, y una de las mayores trabas para su modernización. Incluso se llegó a plantear la desaparición de los caracteres.
Entre los años 1910 y 1920, surge un movimiento intelectual que propugna la sustitución del  chino tradicional escrito por una lengua “popular” o “vernácula”  (llamada  “baihua” 白话). El representante más destacado de este movimiento es el escritor Lu Xun, (鲁迅) quien en 1918 publica “El diario de un loco” (狂人日记), considerada como la obra representativa de esa reforma lingüística.
Tras la fundación de la República Popular China en 1949, el nuevo gobierno se enfrentó a la gigantesca tarea de alfabetizar y educar a una población de millones de habitantes, en su mayoría residentes en zonas rurales. A mediados de los años 50 se crea un Comité de “sabios” que sugiere y promueve la simplificación de unos cientos de caracteres, mediante la reducción del número de trazos de los mismos. Solo como un ejemplo veamos el ideograma “país”: en su versión tradicional  國, tiene once trazos, y en su versión simplificada 国 sólo siete.
Esta medida facilitó el aprendizaje, la lectura y escritura del idioma chino, aunque fue criticada por los más “puristas”. De hecho, la escritura simplificada se usa solamente en la llamada parte continental de China, mientas que la escritura tradicional aún se continúa empleando en Hong Kong, Taiwán, Singapur y otras regiones con grandes colonias chinas.
No fue hasta la llegada del fax, a finales de los años 80, que se pudo transmitir y recibir caracteres chinos al mismo tiempo, sin ningún proceso de cambio, entre dos puntos diferentes. El fax fue un salto cualitativo muy importante en las comunicaciones  ya que los sistemas anteriores de transmisión de datos (telegramas o telex) necesitaban de un código de conversión para la transmisión y recepción de cada ideograma.
La verdadera “revolución”, sin embargo, comienza con el gran desarrollo y avance de la informática y más tarde de Internet y la telefonía móvil. Por primera vez en China cualquier persona con conocimientos mínimos y elementales de informática puede empezar a escribir en chino con un teclado “normal”, utilizar cualquiera de los programas y aplicaciones disponibles en otros idiomas, y por lo tanto crear, distribuir, guardar, tener acceso a información, contactar, dialogar, etc., etc.
El éxito fue tan grande que China es actualmente uno de los países del mundo con mayores facilidades técnicas para todo lo relacionado con informática, internet y telefonía móvil.
Estos avances tecnológicos han facilitado de manera destacada el aprendizaje de chino entre los extranjeros, por lo menos en cuanto a escritura se refiere.
Aparte de los innumerables cursos y diccionarios on-line, y de otras herramientas de utilidad,  ahora muchas veces “basta con” reconocer los caracteres, aunque uno nos lo pueda escribir de memoria. Por ejemplo, para escribir Beijing (北京) basta con escribir su nombre en pinyin (la romanización fonética del chino), o simplemente poner las letras “B” y “J” juntas, y aparece por defecto la palabra北京.
El uso o abuso de estos sistemas electrónicos de escritura tienen como aspecto negativo, sin embargo, la pérdida de capacidad para escribir a mano. En todo caso, está claro que los avances tecnológicos y su influencia en el idioma chino, han sido también una de las claves del espectacular desarrollo que está experimentando China.
Publicado originalmente en Global Asia 

09 mayo, 2013

Reflexiones sobre la "fiebre" con el turismo chino

Recientemente se está hablando mucho sobre el turismo chino hacia España, destacándose con razón las nuevas oportunidades de negocio que se pueden generar, más aún en estos momentos de crisis.
Lamentablemente, en muchos de los temas relacionados con China en España, y después de casi tres décadas de experiencia profesional en las relaciones entre ambos países, no puedo ser muy optimista en este caso. Ojalá me equivoque, y espero que no se repita en este sector, como en muchas otras ocasiones, lo que podríamos llamar la “fiebre china”, o sea un gran entusiasmo y expectativas que luego se deshacen como pompas de jabón.
A los pocos días de finalizar en Barcelona un Congreso Internacional sobre el Turismo Asiático llego al Aeropuerto de Madrid y me llevo la gran sorpresa de que desde ahora, para usar los carritos para el equipaje hay que pagar 1 €, pago que se realiza bien con monedas o con tarjeta de crédito.
Detalles “pequeños” como este del Aeropuerto de Madrid-Barajas, y que también se ha comenzado a aplicar en El Prat de Barcelona, son los que pueden tirar abajo o entorpecer las medidas y los discursos de buena voluntad  que se anuncian cada vez que surge una “fiebre china”.
Esas “fiebres” con el mercado chino, acompañadas con frecuencia por verbos como “apostar”, “conquistar”, “descubrir” o “aterrizar”, se van enfriando en el camino precisamente por la falta de atención a esos detalles en teoría “insignificantes”.
Se pretende que los turistas chinos de alto poder adquisitivo viajen a España, consuman y compren productos caros y ya se empieza a hablar de cifras mareantes en cuanto al posible número de turistas que puede venir y el dinero que se pueden dejar en España.
Y sin embargo lo primero que se encuentra ese turista al llegar a Madrid es que tiene que conseguir una moneda de 1 € (vaya usted a saber dónde) o utilizar una tarjeta de crédito que o bien no tiene (cualquier persona con un mínimo conocimiento de China sabe que su población se mueve con grandes cantidades de efectivo cuando sale del país  o tienen tarjetas que no son aceptadas universalmente). Incluso, aunque tuviese esa moneda, la impresión que se va a llevar no creo que sea la más positiva.
Esto, si antes no ha tenido la desagradable experiencia de salir del avión de Air China y encontrarse con efectivos policiales que prácticamente en la puerta del avión se dedican a pedir la documentación de todo aquel que tenga una cara asiática.
SI en estos momentos el turista chino viene a España se debe, en gran medida, a los esfuerzos e iniciativas tomadas por empresas chinas. Esto es así en la aviación, donde Air China es la única línea aérea que une sin escalas las capitales de los dos países (ya van a inaugurar su quinto vuelo semanal); y lo es también en el sector de las Agencias de Viaje chinas establecidas en España y Europa en general y que se encargan de organizar para los turistas de su país programas “a medida” que incluyen alojamiento, comidas, visitas, compras y ocio acorde a los gustos y costumbres chinas.
Es verdad que hay buenas intenciones y mucho trabajo y esfuerzo en España por parte de las administraciones y muchas empresas involucradas en el sector. Sin embargo, mucho de ese esfuerzo puede resultar inútil si no se tienen en cuenta esos detalles en teoría “insignificantes” y si, aparte de una estrategia, no se trabaja a fondo en las tácticas a emplear.
Publicado originalmente en Global Asia

13 febrero, 2013

Reflexionando sobre "Reflexiones Orientales" o el salto a Global Asia



“China-Reflexiones Orientales” acaba de cumplir sus dos meses de vida. El tiempo ha sido muy corto, aunque entremedias hemos tenido dos años nuevos (el “occidental” y el chino). La experiencia ha sido muy fructífera para mí ya que me ha obligado a buscar y revolver en los rincones de la memoria. Quiero agradecer los comentarios, sugerencias, críticas recibidas en el blog, por correo electrónico o personalmente así como a gente desconocida que me ha leído desde mundos alejados de China o del habla hispana, como  Rusia, Ucrania, Alemania o Malasia, por ejemplo.

A pesar del poco tiempo transcurrido el blog ha decidido dar un salto cualitativo, y agradeciendo la invitación que me han hecho desde Global Asia, a partir de mañana jueves mis reflexiones orientales figurarán entre los blogs de tan importante publicación. Para los seguidores de Asia y China en particular, dentro del gran mundo de los hispanoparlantes, creo que no es necesario presentar o alabar a Global Asia, una de las publicaciones más completas, sino la que más, para seguir a través de diversas plataformas –en papel, en Internet, a través de las redes sociales, etc-  las relaciones entre Asia y España/América Latina.

Quisiera destacar, sin embargo, tres motivos particulares para esta “emigración” a Global Asia (aparte de su probada calidad y seriedad):

a.       Es una publicación que abarca prácticamente todos los aspectos relacionados con el mundo asiático y el de habla hispana (política, economía, diplomacia, cultura, deportes y un largo etc.).
b.      Es una publicación bilingüe (español-chino), que permite el acceso a un público chino relacionado con nuestro mundo y que espero me anime a colgar algunas entradas en chino.
c.       Es una publicación con una demostrada vocación e interés por América Latina, aparte por supuesto de España, lo cual como uruguayo, y por lo tanto, latinoamericano, me hace sentir especialmente cómodo.

Será un placer por lo tanto poder seguir reflexionando, a partir de mañana, desde Global Asia (www.globalasia.com) donde, como siempre, quedo abierto a las críticas, comentarios, sugerencias que consideréis oportuno.

11 febrero, 2013

Viajando a China o más de 100 vueltas al mundo

Días atrás, regresando de Beijing a Madrid, me puse a pensar e intenté contar cuántas veces había viajado a China. Después de recordar y contar mucho, llegué a la conclusión de que como mínimo llevaba ya más de 200 viajes de ida y vuelta desde que por primera vez aterricé en el Aeropuerto de la capital del país asiático un 7 de Julio de 1975. 

Si como mínimo, y dependiendo de las rutas, un viaje de ida de España a China son unos 10.000 kilómetros, entonces 200 viajes de ida y vuelta equivaldrían a un total de cuatro millones de kilómetros volados, o el equivalente como mínimo a 100 vueltas al mundo. En realidad han sido mucho más, ya que, como veremos más adelante, durante muchos años los vuelos a China tenían unas rutas mucho más largas que las actuales.

Mi primer vuelo a Beijing fue en un DC-8 de Swissair. Después de casi 20 horas de viaje, partiendo de Zurich y haciendo escalas en Ginebra, Atenas y Bombay, el vuelo SR 316 aterrizó una calurosa y húmeda noche el 7 de julio de 1975, en el Aeropuerto “La Capital” mientras Mao Zedong nos miraba desde su retrato colgado en la terminal de estilo soviético construida en 1958.
 
Swissair acababa de inaugurar sus vuelos a China, que después de Beijing seguían su ruta hasta terminar en Shanghai, siendo la segunda compañía aérea occidental, después de Air France, en volar en los años de Mao, a lo que muchos llamaban entonces la “China roja”.Esto es una muestra más de que, en contra de lo que se dice con frecuencia, China no era, antes del comienzo de las reformas a finales de los 70, un país cerrado a cal y canto.

Después del establecimiento de la República Popular en 1949, durante muchos años Moscú y Hong Kong fueron las principales puertas de entrada al gigante asiático, y en el caso de la capital soviética, el tren Transiberiano fue uno de los más importantes medios de transporte para comunicarse con Beijing. Incluso aún en los años 80 muchos residentes, estudiantes y turistas en general usaban el Transiberiano para, después de una semana de viaje, llegar –vía Moscú- a una capital occidental.

Desde finales de los años 50, sin embargo, y más concretamente en los 60, los entonces dos países socialistas más grandes del planeta entran en una especie de “guerra fría” que dura hasta los años 80 y aunque es verdad que Aeroflot siguió uniendo las capitales de ambos países, no era sin embargo una ruta muy apreciada para los viajeros de Occidente.

Karachi, y en concreto la compañía aérea paquistaní  PIA se convierte entonces en una importante vía de entrada y salida de la República Popular, gracias a las conexiones que la aerolínea tenía con Londres. Pakistán fue durante la década de los 60 y 70, uno de los principales aliados no socialistas de China en el mundo. De hecho, el viaje secreto que Henry Kissinger hizo a China en 1971, se realizó desde Pakistán.

De mis primeros años en Beijing recuerdo aún la numerosa colonia pakistaní, empleados de la PIA y familiares, que entonces vivían en el Hotel de la Amistad, y cómo me llamaban la atención sus vestimentas y en especial el olor de sus comidas picantes.

Terminal del Aeropuerto La Capital de Beijing inaugurada en 1958

 


 
Tras la muerte de Mao y en especial después del comienzo de la política de reformas y apertura al capital extranjero, fue creciendo el número de compañías occidentales que volaban a China, si bien por razones técnicas, comerciales y geopolíticas, hacían un mínimo de dos escalas –que más tarde se redujeron a una- antes de llegar a Beijing. Entonces las escalas más frecuentes eran alguno de los aeropuertos de los Emiratos Árabes, Bombay, Karachi o Hong Kong en el caso de British Airways. Los viajes a Beijing, desde cualquier ciudad española, entonces, tenían un mínimo de tres escalas y tardaban fácilmente más de un día.

En los años 80 algunas líneas del llamado “bloque soviético” como la LOT de Polonia o la Tarom, de Rumanía, también  empezaron a volar a la capital china, y a unir Beijing y algunas ciudades de Europa Occidental vía Varsovia y Bucarest.

La verdadera “revolución” en el campo de los vuelos de Occidente a China tiene lugar sin embargo por razones políticas, a finales de los años 80 y principios de los 90, tras la caída del Muro de Berlín y la paulatina desintegración de la Unión Soviética, que originaron la apertura del espacio aéreo de lo que hasta 1991 aún era la URSS.

Así, por primera vez, las líneas aéreas occidentales pudieron volar a Beijing utilizando una ruta sin escalas que sobrevolaba el territorio de lo que hoy es Rusia y entrando a China a través de Mongolia exterior. Eso significó un cambio radical en las horas de vuelo, costes de combustible y tripulación para las líneas aéreas, y una comodidad impensable hasta entonces para los viajeros al país asiático.

Finnair fue la primera compañía, a finales de los años 80, en unir sin escalas, y en poco más de siete horas, una capital occidental con Beijing. A Finnair le fueron siguiendo paulatinamente otras importantes líneas europeas. Esta “revolución” en la aviación afectó también favorablemente los vuelos entre Occidente y Japón, Corea del Sur o Hong Kong.

En el caso concreto de España, hubo años atrás por lo menos dos intentos fallidos de unir Madrid con Beijing. El primero fue de la China Eastern, que unía las dos capitales con una escala en Bruselas, y el segundo fue de Air Europa con vuelos directos sin escalas. Ambas iniciativas fracasaron y los vuelos fueron cancelados a los pocos años aduciendo falta de rentabilidad.

Actualmente, y desde hace ya unos años, Air China une sin escalas, las capitales de España y China, en un vuelo de unas 12 horas de duración, cinco veces a la semana, y que además también llega a San Pablo.
Desde hace muchos años, en diferentes sectores de la sociedad española se ha insistido en la falta de vuelos directos con China como uno de los obstáculos para unas mejores relaciones bilaterales económicas y comerciales.

Sinceramente discrepo con este punto de vista. Ya a principios de los años 70, y a pesar de las dificultades existentes entonces para volar a Beijing, había empresarios españoles que iban a China y hacían negocios con la República Popular. Sólo por citar un ejemplo, podemos recordar a las empresas fabricantes de acero inoxidable  que viajaban a Beijing para negociar y firmar con Minmetals contratos de exportación de tuberías. Tampoco podemos olvidar a los estudiantes españoles o los primeros grupos de turistas que a mediados de los 70 ya estaban volando a China.

Al llegar la década de los 80, y sin existir aún ninguna ruta directa y sin escalas entre Occidente y el gigante asiático, hubo un importante incremento de empresas españolas, en muchos casos pequeñas y medianas, que pudieron promocionar y vender en China maquinaria de diverso tipo, productos farmacéuticos y químicos, proyectos industriales, e incluso realizar operaciones de inversión.

La falta de vuelos directos no fue un obstáculo entonces para esas empresas españolas, como tampoco lo fue para muchas empresas latinoamericanas que por obvias razones geográficas tenían que acercarse a China después de interminables escalas y cansadores vuelos.

A fecha de hoy, la situación ha cambiado de forma radical, como casi todo lo relacionado con China. El aeropuerto de su capital, inaugurado en 1958 como indicamos con anterioridad, experimentó tres ampliaciones a lo largo de su historia, siendo la última y la más importante la de la Terminal 3 que se inauguró en el 2008 con motivo de los Juegos Olímpicos.

Si en 1978, justo al comienzo de las reformas, el movimiento en el Aeropuerto de Beijing fue de un poco más de un millón de pasajeros, en el 2012 se llegó a los 82 millones, convirtiéndolo en uno de los aeropuertos más ocupados del mundo.

Es más, aparte de Beijing, es cada vez mayor el número de ciudades chinas a las cuales se puede llegar con vuelos directos. En primer lugar está Shanghai –cuyos dos aeropuertos movieron a más de 72 millones de pasajeros en el 2012- pero también tenemos ciudades de “segundo” o “tercer” nivel como Shenyang, Nanjing, Guangzhou, Chengdu o Chongqing con conexiones directas con el exterior.

Mientras preparo mi próximo viaje a China, leo que el Aeropuerto de Beijing está ya saturado, y que el Gobierno central acaba de aprobar la construcción de un nuevo aeropuerto al sur de la capital, que tiene prevista su entrada en funcionamiento a partir del año 2018.
 
No sé si para entonces aún seguiré volando con tanta frecuencia, aunque estoy seguro que me quedan aún algunas “vueltas al mundo” por realizar.