15 julio, 2013

Recuperando recuerdos de una China de hace casi cuatro décadas

El  7 de julio se cumplieron  treinta y ocho años de mi llegada a Beijing, junto con mis padres –Berta y Vicente- y mi hermana Laura, y me gustaría recuperar un artículo que años atrás escribí en Global Asia, donde recordaba algunos aspectos de la China de entonces y la comparaba con la del país actual. Creo que dicho artículo sigue manteniendo su actualidad, y si en algo se ha quedado “viejo” ha sido en algunos datos sobre China. Por ello he decidido realizar unos muy pequeños cambios y reproducirlo a continuación
El DC-8 de Swissair aterrizó en Beijing un lunes 7 de julio de 1975 poco después de la 7 de la tarde. El vuelo SR316 había salido de Zúrich el domingo anterior y llegaba a la capital china después de un viaje de cerca de 20 horas con escalas en Ginebra, Atenas y Bombay, aunque en realidad el viaje había empezado cuatro días antes en Buenos Aires.
Un calor húmedo y pegajoso, y un retrato de Mao, en el edificio de arquitectura soviética de la terminal del Aeropuerto “La Capital”, fueron los primeros en recibirnos en China, y ese fue el comienzo de un contacto directo con el país más poblado del planeta que se mantiene hasta la actualidad.
Hoy, treinta y ocho años después, cuando cualquier vuelo desde alguna de las principales ciudades europeas es directo y dura menos de la mitad que aquel viaje de Swissair, el calor húmero y pegajoso de Beijing en julio y el nombre de su aeropuerto son prácticamente lo único que no ha cambiado desde entonces en la ciudad. Y es que, al igual que su aeropuerto ya no es el mismo, muy poco es lo queda hoy de la China y del Beijing de entonces.
La China del 75 era la de los años finales de Mao –quien fallecería en septiembre del año siguiente- y la que acababa de rehabilitar a Deng Xiaoping, quien volvería a caer en abril del 76 hasta su retorno definitivo en 1978.
Aunque suene a tópico, era también la China de las bicicletas porque, en realidad, lo que veíamos era todo un país en bicicleta. En bicicleta se movían sus habitantes (solos, con sus amigos, sus parejas o sus hijos), y se transportaban las cosas: en jaulas metálicas adosadas a las bicicletas los campesinos llevaban cerdos, gallinas o patos vivos; en triciclos se llevaba todo tipo de carga, desde carbón en invierno, hasta sandías en verano.
En bicicleta había que moverse todo el año, en el calor asfixiante del verano de Beijing, aliviado cada tanto por las tormentas de julio y agosto, en el frío bajo cero y con la nieve del invierno, y pedaleando contra los fuertes vientos de la primavera, siempre llenos de tierra.
Las bicicletas, luchando de forma caótica con los pocos coches que había en la ciudad –todos ellos con cortinas en sus ventanas- eran parte del paisaje y, con sus chillones timbres, del sonido de la ciudad. Una ciudad que se levantaba cada día a las 6 de la mañana con los acordes de “El este es rojo”, la gimnasia colectiva al aire libre –en verano y en invierno- y las noticias oficiales de las 06:30h difundidas por los altavoces de las comunas, fábricas, escuelas, cuarteles del ejército, oficinas y todo lo que se conocía como la “danwei” (la unidad de trabajo).
En el ámbito internacional era una China que seguía luchando para romper el aislamiento a la quería someterla parte de la comunidad internacional, que al mismo tiempo no podía vivir sin ella. Mao recibía en el 75 a jefes de Estado y de gobierno no sólo de países aliados sino al Presidente Gerald Ford de Estados Unidos en diciembre, o un mes antes al canciller alemán Helmut Schmidt, mientras que Deng Xiaoping acababa de visitar Francia en primavera.
Hacía apenas cuatro años que la República Popular había sido aceptada en las Naciones Unidas pero, por ejemplo, no podía prepararse para los Juegos Olímpicos de Montreal del 76 porque aún no era aceptada en el Comité Olímpico Internacional. Desde entonces, he podido ser testigo de acontecimientos de tremenda repercusión en la historia china y mundial. Hoy, cuando Beijing ya ha organizado con éxito unos Juegos Olímpicos, los cambios y el desarrollo de China han sido tan impresionantes que podemos decir que en muchos aspectos estamos hablando de otro país.
La prensa lleva ya años hablando del espectacular desarrollo que está teniendo lugar en la República Popular. Podríamos dar una larga lista de cifras impresionantes para demostrar la magnitud de uno de los procesos de cambio económico y social más importantes de la historia reciente de la humanidad, máxime si tenemos en cuenta el corto plazo de tiempo en que se está produciendo y que tiene lugar en el país más poblado del mundo.
También podemos leer con frecuencia los aspectos más “anecdóticos” de este cambio de China: la desaparición del mal llamado “traje Mao”, la progresiva extinción de las bicicletas de sus paisajes urbanos, la modernidad de sus nuevos edificios e infraestructuras o la creciente presencia de tiendas, instalaciones y marcas internacionales en todo su territorio. Todas esas estadísticas, impresionantes pero frías, todos los cambios anecdóticos son incapaces de reflejar el cambio tan profundo que ha experimentado el país y, sobre todo, sus repercusiones en el mundo actual.
China no es sólo ya la segunda economía y la primera potencia comercial del mundo, sino que es también una potencia espacial y líder mundial en muchos sectores de la industria y la ciencia y la tecnología. El crecimiento, la fuerza, el dinamismo de China no sólo los vemos en la economía, sino que lo podemos encontrar en la música, en el cine y en el arte en general. Más allá de los detalles anecdóticos, de la vestimenta, de las bicicletas o de la fisonomía de sus ciudades, el cambio de China ha sido tan profundo en muchos aspectos que ha afectado desde al idioma hasta a muchas de las costumbres del país.
Aunque el idioma obviamente sigue siendo el mismo, ahora se habla de forma muy diferente que hace tres décadas atrás. La gente se saluda diferente (no es sólo que la palabra “camarada” haya desaparecido prácticamente del vocabulario, o tenga ahora otras connotaciones; es que en los años 70 “¿Has comido?” era una de las primeras preguntas que se hacía la gente cuando se encontraba), y los verbos y los nombres de tantas cosas han cambiado (las palabras “hotel”, “restaurante”, “baño”, “peluquería”, “autobús”, “refresco”, “la cuenta”, “tienda” y un largo etcétera) tanto que una persona que haya estudiado chino en los 70 y vuelva ahora a Beijing puede encontrar verdaderas dificultades para comunicarse.
También ha desaparecido una larga serie de objetos que formaban parte del paisaje y de la vida del país. Los coches –que ahora inundan las calles de las grandes ciudades- ya no tienen cortinitas en sus ventanas; los autobuses ya no llevan altavoces para gritarle a los ciclistas y peatones que se aparten, y las escupideras han dejado de formar parte del mobiliario oficial, al igual que las tarteras de aluminio o los termos gigantes.
Este espectacular desarrollo, esta tremenda modernización, ha sido –como toda la historia de este país- un proceso “con características chinas”. Así fue la revolución de Mao y así han sido todas las etapas vividas desde la fundación de la República Popular China hasta el presente. La modernización, y en algunos casos “occidentalización”, que se puede observar hoy en muchos aspectos de la vida china –como, por ejemplo, en costumbres y hábitos de consumo- no deja de tener sus peculiaridades y sus características chinas.
Por ello, y detrás de los gigantescos cambios, siguen coexistiendo elementos que nos hacen recordar, aunque en otro entorno, a la China de hace 38 años como si estuviésemos viendo unremake de una vieja película, donde el libreto es el mismo pero el escenario es más moderno. China, en el fondo, sigue siendo una gran desconocida para gran parte del mundo exterior, a pesar de Internet y de lo que han avanzado las comunicaciones.
Es un país difícil de entender y más de predecir, aunque en teoría fácil de analizar a posteriori por el cada vez mayor número de seguidores de su actualidad; un país en el cual hay que seguir leyendo entre líneas, analizar los gestos y los símbolos; un país aún rodeado de mucho misterio, protocolo y lo que podríamos considerar una “liturgia” estricta e inmutable a pesar de las décadas transcurridas.
Publicado originalmente en Global Asia

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