30 junio, 2015

Mis primeros cuarenta años con China

Este mes de julio se cumplen cuarenta años de mi llegada a China y del comienzo de una relación directa con la República Popular. En este período he residido veinte años en Beijing y he realizado más de doscientos viajes de ida y vuelta a la capital china.

Llegué a Beijing en la fase final de la llamada “Revolución Cultural”, con el Presidente Mao, como se le llamaba entonces, aún en vida; era la China de las Comunas Populares en el campo, de los Comités Revolucionarios como órganos de dirección de todas las entidades del país, de los estudiantes obreros-campesinos-soldados, de los pioneros y los guardias rojos.

Era la China de los “cupones de racionamiento” para la alimentación y la vestimenta y donde una bicicleta, un reloj de pulsera o una radio eran los bienes más valiosos que podían tener sus habitantes; una China de 800 millones de habitantes cuyos principales aliados internacionales eran Albania y Corea del Norte; un país –el más poblado de la tierra- que sin embargo no podía participar en ninguna Olimpíada porque no pertenecía aún al Comité Olímpico Internacional.

Cuando llegué a Beijing, Deng Xiaoping ya había sido restituido de sus cargos en el Partido Comunista y el Gobierno central tras haber sido criticado y perseguido al comienzo de la Revolución Cultural, pero en abril de 1976 volvería a “caer en desgracia” hasta su regreso triunfal en 1978 para convertirse en el arquitecto de la política de reformas y apertura al exterior.

En China fui testigo de la muerte de las tres figuras más importantes del país desde la proclamación de la República Popular hasta mediados de los años 70: el Presidente Mao, el Primer Ministro Zhou Enlai y el Presidente de la Asamblea Popular Nacional, Zhu De; del ascenso de Hua Guofeng como heredero efímero de Mao Zedong y de la caída de la llamada “Banda de los Cuatro” encabezada por la viuda del conocido como “gran timonel”, así como de los sangrientos incidentes de la Plaza de Tiananmen, primero en abril de 1976 y posteriormente en junio de 1989.

Me ha tocado vivir y estar relacionado con China durante la administración de las cinco generaciones de dirigentes del país, desde Mao Zedong hasta Xi Jinping, pasando por Deng Xiaoping, Jiang Zemin y Hu Jintao.

En estas cuatro décadas he sido testigo de la transformación espectacular vivida por el país, de acontecimientos históricos impredecibles así como de previsiones catastrofistas que nunca se cumplieron.

Ningún seguidor y experto en China pudo predecir el nombramiento de Hua Guofeng como sucesor de Mao Zedong, o la posterior detención de Jiang Qing y su “Banda de los 4” ni muchos de los importantes acontecimientos que han tenido lugar y que aún se están desarrollando en el país. Tampoco las previsiones más optimistas llegaron a imaginar lo que China iba a ser hoy y su posición en el mundo.

La muerte de Mao, la caída de la “Banda de los 4”, los incidentes de Tiananmen, la desintegración de la URSS, la crisis financiera del sudeste asiático en los años 90, el regreso de Hong Kong a la soberanía china, la “primavera árabe” generaron también pronósticos de lo más pesimistas sobre la República Popular, llegando en algunos casos a mencionarse la  posible desintegración del país, el comienzo de una guerra civil, o estallidos de movimientos antigubernamentales incontrolados.

China es hoy, en muchos aspectos, otro país comparado con 1975, más abierto y más “fácil” de entender aunque en el fondo sigue siendo tremendamente complejo e imprevisible. 

Si algo he comprendido en estos primeros cuarenta años de relación con China es la tremenda complejidad del país y las dificultades para comprender, más allá de las apariencias y signos externos, lo que de verdad ocurre en el gigante asiático.